Una vez hubo veinte años
No soy político. No me agrada la política. Odio los debates políticos. La vida pública me enferma.
Hace veinte años, estaba yo bajo los efectos de la Guerra fría que en mi casa se había tornado caliente cual chocolate espeso. Desaparecida la URSS, para estupor de mi padre y tíos, llevaba varios años de escuchar pláticas sobre qué había salido mal en ese paraíso.
Ese 1994 en el que mataron a Colosio, en el que leía una revista llamada El chahuistle (la cual, para mi mentalidad de entonces precedía la Revolución como el Hijo del ahuizote lo hizo en su tiempo); ese enero además de un frío que recuerdo canijo y de un ponche especialmente sabroso, aparecieron unos enmascarados en la pantalla de mi televisión. Y ninguno de ellos era Batman, entonces de la mano de Tim Burton.
En realidad nunca supe bien entonces de qué iba el EZLN. Todo para mí tenía el olor de la Revolución y con ello, cosas de la edad, de la alegría y libertá.
Ese primer EZLN era un derivado de las guerrillas maoístas que a partir de los setenta habían rondado de un lado a otro de nuestro país. Su discurso era netamente marxista, con el cambio de poderes "populares"; el llamado a la adhesión revolucionaria. Su meta, al menos en ese entonces, era tomar el poder.
Esa era su meta, así que —para mis años de entonces—, representaban lo mismo que se supone yo buscaba.
Pero la mayoría de la sociedad no respondió a sus llamados. Como tampoco un mocoso de 10 años (o sea, yo) lo hizo.
No fue sino después de ese primera declaración que su discurso fue mutando a algo muy diferente. Al principio, era una guerrilla campesina revolucionaria (si bien formada en su mayoría por indígenas) con claras referencias al marxismo como se entendió en los setenta (es decir, un marxismo nacionalista, con todo lo absurdo de tal planteamiento).
La Segunda y tercera declaraciónes de la selva lacandona se van desnudando de la retórica de las FLN (antecedente directo del EZLN), del maoísmo inicial e inclusive de muchos rasgos guevaristas (que hacían y hacen las delicias de chicos y grandes, parece). A partir de entonces se dirigieron a la creación de una unión de grupos democráticos de "izquierda". Ya en la tercera y cuarta declaración esto se propone como un frente descentralizado, con algunas tendencias libertarias e inclusive anarquistas.
Lo cierto es que desde el principio y frente al fracaso en el terreno militar del EZLN, sus medios fueron una pantomima política. Es decir, al cerrarse la puerta a una confrontación directa con la maquinaria bélica del Estado, la resistencia se planteó en términos políticos. Sin embargo, una política que más le debía a los desplantes de Groucho Marx que al otro señor del mismo apellido (pero mucho menos divertido).
Esto, sin embargo, no es un juicio negativo: pantomimas (muy conscientes de serlo) las habían sido ya en los sesenta los yippies y gran parte del Mayo francés.
En efecto: en una sociedad mediatizada, la única manera de hacer llegar los mensajes al gran público es a través del ejercicio público de la pantomima, la tragedia, la comedia: el drama. Cuando la actuación mueve a la empatía con quien re-presenta el discurso; hay tragedia. Cuando mueve a la risa de lo ridículo, a la crisis y por tanto a la reflexión a posteriori hablamos de comedia.
Cuando la actuación lleva al tedio —o al crimen— hablamos de alta política.
Es hora de decirlo: la política contemporánea en su ejercicio es una pantomima en sí. El que obtiene la atención del público, el que los convence de su actuación es quien habrá de conseguir su adhesión. La política no se trata tanto de convencer a la razón del votante, sino en dar una apariencia que sea atractiva para él.
Empero, para la mayoría de la sociedad moderna, esta apariencia debe ser la mediocridad burguesa, la grisura. Enamorados de la "seriedad", desconfiamos del drama (aunque razones no faltan: la histeria melodramática fue —es— seña de la política ideológica venida del siglo XX, fascismo y comunismo "real" incluidos). Desconfiamos todavía más de la comedia: un comediante no dice la verdad, engaña, debe tener propósitos ocultos. Incapaces de la risa, los modernos somos incapaces, por tanto, de crítica.
Preferimos la medianía burguesa: el voto. Preferimos un Mesías político de cabello engominado o que diga que defenderá el petróleo (¿o era el peso?) como un perro. El Estado es eterno.
Los discursos del EZLN más que sus grandes comunicados recurrieron a un gran sentido de la teatralidad. En momentos tomaron elementos de la tragedia (la empatía permite conectar con el público), pero fue la comedia la que permitió a gran parte de la población identificar ese sentimiento de agravio y sobre todo, de indignación, ante los políticos. En otras palabras, la mayoría de la población no se identificó (o no tanto) con los indígenas chiapanecos, sino que la comedia hizo que todos criticaran desde cierto punto de vista (a veces cursi, a veces patético) el actuar del gobierno.
En algunas entrevistas, Marcos, vocero interminable y figura central —lástima— del movimiento, ha comentado cómo el curso de los hechos fue transformando a la guerrilla de un experimento marxista concebido con precipitación a algo totalmente distinto.
¿Qué permitió la figura de Marcos —histrión principal— al EZLN? Le permitió sobrevivir, por supuesto.
Nos guste o no, la figura de Marcos (que curiosamente, nunca me atrapó, ni siquiera en esos años de furor dizque revolucionario) fue la que le dio —valga la paradoja enmascarada— un rostro al EZLN. Fijó la atención del mundo en un mito (o la sombra de un mito) que parecía haber desaparecido del mundo. Sin ella, el asunto hubiera terminado con una masacre en manos del ejército. Pero la atención hubiese convertido tal movimiento castrense en un desastre para la administración priista, tanto a nivel nacional, como —sobre todo— internacional.
La táctica seguida por diversos gobiernos fue primero (y siempre), la guerra a baja escala; los paramilitares, los rumores (que continúan). Finalmente, el desgaste y el olvido.
Y eso fue posible por uno de los errores del EZLN; precisamente el que les dio la primera fortaleza: al haber dependido tanto de un rostro y al moverse en el mundo moderno (un mundo fugaz, un universo de la imagen y el consumo); ese rostro iba a ser olvidado. México no tiene memoria; el mundo está pendiente sólo del ahora.
El burgués no sabe reír.
No apoyé al EZLN. Nunca fui a ninguna marcha. Los que apoyaban al EZLN me parecieron —pasado mi furor adolescente— primero, oportunistas políticos; luego, muchachos un tanto desorientados, un tanto nacionalistas trasnochados, algunos de hecho nazis de utilería. Me parecieron; me lo parecen. Los mismos que parecen sorprendidos porque las comunidades autónomas "puedan hacerlo solas". Los mismos, muchos de ellos, que hoy aseveran que "tiene que haber alguien detrás".
Recuerdo muy bien los baños de la preparatoria donde alguien invocaba a Tláloc para derramar la sangre de los extranjeros.
En verdad el EZLN nunca ha dejado el discurso nacionalista (un invento occidental del siglo XIX), pero sería una mentira señalar en el movimiento de forma oficial visos de fascismo, de racismo o integrismo (si en muchos de sus seguidores, principalmente urbanos de clase media, los que más fácilmente adoptan discursos fascistas).
Pero el gran acierto que a lo largo de los años ha tenido el EZLN: su discurso a pesar de jugar con maquillaje de política supo insertar aun detrás del patetismo, el chiste, la risotada. Fuera de la rigidez de las ideologías, se mantuvieron abiertos a cualquier discurso de rebelión. Una suerte de anarquismo instintivo. El anarquismo o libertarismo no le viene a los zapatistas de origen, sino que fueron acercándose a él lentamente (habría que decir que el zapatismo original también tuvo ciertos visos anarquistas). Un anarquismo no premeditado.
Sin embargo, no se puede definir al neozapatismo como un movimiento anarquista ni libertario enteramente: no puede entrar en los moldes normales del pensamiento político del siglo XX. Eso provocó, y provoca, suspicacias de los comunistas trasnochados (que todavía hay), de los anarquistas aferrados (quienes, por cierto, también se distanciaron de los zapatistas originales, por su catolicismo) y, por supuesto, por la política tradicional. No es extraño que los izquierdistas —sobre todo los que todavía creen en el Estado nacional— sean los más dados a la paranoia en relación al EZLN. Ellos son quienes los acusan de vendidos al PRI (supongo que les pagaron con muertos); de narcos (aunque no dicen nada de las FARC), de "payasos" (pero no de su circo). Que no se explican cómo siguen viviendo si nadie los ayuda. A mí más inexplicable me parece cómo siguen viviendo los campesinos dentro de un estado nacional, que no les da nada —o casi nada— y les quita mucho: su libertad, su organización política, su organización religiosa; que degrada su cultura. ¿Qué sólo los de la ciudad pueden juntar un dinero para comprar maquinaria, materiales? ¿No saben lo que es el tequio?
Otra vez: la burguesía no sabe reír. Y carece de imaginación.
Marcos comenzó como un rostro, se convirtió en un lastre (pero, ¿cómo prescindir de él?).
El EZLN comenzó como una guerrilla maoísta. Decepcionó a los profesionales de la violencia; decepcionó a los expertos en la política que buscaban una negociación.
Decepcionó a las cámaras, que ya no tienen de quién hablar.
Pero preludió algo. Y eso es lo que le aplaudo. No su nacionalismo ni su discurso inicial; no algunas de sus tácticas. Ni siquiera aplaudo (tal vez debería) su gran manejo de los medios.
Aplaudo que aunque no lo mencionen, aunque muchas personas ni siquiera quieran pensarlo, representan la posibilidad de hacer algo distinto.
Cherán sería imposible sin el EZLN, o mejor dicho, sin las Juntas de buen gobierno, las leyes indígenas (aun sesgadas y que no se palican) no existirían.
No existirían los Caracoles. El experimento más valiente desde la Comuna de Morelos.
No existiríamos nosotros.
No soy neozapatista. Nunca he confiado en Marcos como figura mediática. Abomino del nacionalismo y de las coordenadas que manejan en sus comunicados: izquierda, derecha.
Pero creo en lo que representan. No puedo decir con certeza que confío en sus métodos, pero creo en la acción comunitaria; creo en "un mundo donde quepan muchos mundos", donde quepan todos los mundos.
Donde quepamos todos.
No fue sino después de ese primera declaración que su discurso fue mutando a algo muy diferente. Al principio, era una guerrilla campesina revolucionaria (si bien formada en su mayoría por indígenas) con claras referencias al marxismo como se entendió en los setenta (es decir, un marxismo nacionalista, con todo lo absurdo de tal planteamiento).
La Segunda y tercera declaraciónes de la selva lacandona se van desnudando de la retórica de las FLN (antecedente directo del EZLN), del maoísmo inicial e inclusive de muchos rasgos guevaristas (que hacían y hacen las delicias de chicos y grandes, parece). A partir de entonces se dirigieron a la creación de una unión de grupos democráticos de "izquierda". Ya en la tercera y cuarta declaración esto se propone como un frente descentralizado, con algunas tendencias libertarias e inclusive anarquistas.
Lo cierto es que desde el principio y frente al fracaso en el terreno militar del EZLN, sus medios fueron una pantomima política. Es decir, al cerrarse la puerta a una confrontación directa con la maquinaria bélica del Estado, la resistencia se planteó en términos políticos. Sin embargo, una política que más le debía a los desplantes de Groucho Marx que al otro señor del mismo apellido (pero mucho menos divertido).
Esto, sin embargo, no es un juicio negativo: pantomimas (muy conscientes de serlo) las habían sido ya en los sesenta los yippies y gran parte del Mayo francés.
En efecto: en una sociedad mediatizada, la única manera de hacer llegar los mensajes al gran público es a través del ejercicio público de la pantomima, la tragedia, la comedia: el drama. Cuando la actuación mueve a la empatía con quien re-presenta el discurso; hay tragedia. Cuando mueve a la risa de lo ridículo, a la crisis y por tanto a la reflexión a posteriori hablamos de comedia.
Cuando la actuación lleva al tedio —o al crimen— hablamos de alta política.
Es hora de decirlo: la política contemporánea en su ejercicio es una pantomima en sí. El que obtiene la atención del público, el que los convence de su actuación es quien habrá de conseguir su adhesión. La política no se trata tanto de convencer a la razón del votante, sino en dar una apariencia que sea atractiva para él.
Empero, para la mayoría de la sociedad moderna, esta apariencia debe ser la mediocridad burguesa, la grisura. Enamorados de la "seriedad", desconfiamos del drama (aunque razones no faltan: la histeria melodramática fue —es— seña de la política ideológica venida del siglo XX, fascismo y comunismo "real" incluidos). Desconfiamos todavía más de la comedia: un comediante no dice la verdad, engaña, debe tener propósitos ocultos. Incapaces de la risa, los modernos somos incapaces, por tanto, de crítica.
Preferimos la medianía burguesa: el voto. Preferimos un Mesías político de cabello engominado o que diga que defenderá el petróleo (¿o era el peso?) como un perro. El Estado es eterno.
Los discursos del EZLN más que sus grandes comunicados recurrieron a un gran sentido de la teatralidad. En momentos tomaron elementos de la tragedia (la empatía permite conectar con el público), pero fue la comedia la que permitió a gran parte de la población identificar ese sentimiento de agravio y sobre todo, de indignación, ante los políticos. En otras palabras, la mayoría de la población no se identificó (o no tanto) con los indígenas chiapanecos, sino que la comedia hizo que todos criticaran desde cierto punto de vista (a veces cursi, a veces patético) el actuar del gobierno.
En algunas entrevistas, Marcos, vocero interminable y figura central —lástima— del movimiento, ha comentado cómo el curso de los hechos fue transformando a la guerrilla de un experimento marxista concebido con precipitación a algo totalmente distinto.
¿Qué permitió la figura de Marcos —histrión principal— al EZLN? Le permitió sobrevivir, por supuesto.
Nos guste o no, la figura de Marcos (que curiosamente, nunca me atrapó, ni siquiera en esos años de furor dizque revolucionario) fue la que le dio —valga la paradoja enmascarada— un rostro al EZLN. Fijó la atención del mundo en un mito (o la sombra de un mito) que parecía haber desaparecido del mundo. Sin ella, el asunto hubiera terminado con una masacre en manos del ejército. Pero la atención hubiese convertido tal movimiento castrense en un desastre para la administración priista, tanto a nivel nacional, como —sobre todo— internacional.
La táctica seguida por diversos gobiernos fue primero (y siempre), la guerra a baja escala; los paramilitares, los rumores (que continúan). Finalmente, el desgaste y el olvido.
Y eso fue posible por uno de los errores del EZLN; precisamente el que les dio la primera fortaleza: al haber dependido tanto de un rostro y al moverse en el mundo moderno (un mundo fugaz, un universo de la imagen y el consumo); ese rostro iba a ser olvidado. México no tiene memoria; el mundo está pendiente sólo del ahora.
El burgués no sabe reír.
No apoyé al EZLN. Nunca fui a ninguna marcha. Los que apoyaban al EZLN me parecieron —pasado mi furor adolescente— primero, oportunistas políticos; luego, muchachos un tanto desorientados, un tanto nacionalistas trasnochados, algunos de hecho nazis de utilería. Me parecieron; me lo parecen. Los mismos que parecen sorprendidos porque las comunidades autónomas "puedan hacerlo solas". Los mismos, muchos de ellos, que hoy aseveran que "tiene que haber alguien detrás".
Recuerdo muy bien los baños de la preparatoria donde alguien invocaba a Tláloc para derramar la sangre de los extranjeros.
En verdad el EZLN nunca ha dejado el discurso nacionalista (un invento occidental del siglo XIX), pero sería una mentira señalar en el movimiento de forma oficial visos de fascismo, de racismo o integrismo (si en muchos de sus seguidores, principalmente urbanos de clase media, los que más fácilmente adoptan discursos fascistas).
Pero el gran acierto que a lo largo de los años ha tenido el EZLN: su discurso a pesar de jugar con maquillaje de política supo insertar aun detrás del patetismo, el chiste, la risotada. Fuera de la rigidez de las ideologías, se mantuvieron abiertos a cualquier discurso de rebelión. Una suerte de anarquismo instintivo. El anarquismo o libertarismo no le viene a los zapatistas de origen, sino que fueron acercándose a él lentamente (habría que decir que el zapatismo original también tuvo ciertos visos anarquistas). Un anarquismo no premeditado.
Sin embargo, no se puede definir al neozapatismo como un movimiento anarquista ni libertario enteramente: no puede entrar en los moldes normales del pensamiento político del siglo XX. Eso provocó, y provoca, suspicacias de los comunistas trasnochados (que todavía hay), de los anarquistas aferrados (quienes, por cierto, también se distanciaron de los zapatistas originales, por su catolicismo) y, por supuesto, por la política tradicional. No es extraño que los izquierdistas —sobre todo los que todavía creen en el Estado nacional— sean los más dados a la paranoia en relación al EZLN. Ellos son quienes los acusan de vendidos al PRI (supongo que les pagaron con muertos); de narcos (aunque no dicen nada de las FARC), de "payasos" (pero no de su circo). Que no se explican cómo siguen viviendo si nadie los ayuda. A mí más inexplicable me parece cómo siguen viviendo los campesinos dentro de un estado nacional, que no les da nada —o casi nada— y les quita mucho: su libertad, su organización política, su organización religiosa; que degrada su cultura. ¿Qué sólo los de la ciudad pueden juntar un dinero para comprar maquinaria, materiales? ¿No saben lo que es el tequio?
Otra vez: la burguesía no sabe reír. Y carece de imaginación.
Marcos comenzó como un rostro, se convirtió en un lastre (pero, ¿cómo prescindir de él?).
El EZLN comenzó como una guerrilla maoísta. Decepcionó a los profesionales de la violencia; decepcionó a los expertos en la política que buscaban una negociación.
Decepcionó a las cámaras, que ya no tienen de quién hablar.
Pero preludió algo. Y eso es lo que le aplaudo. No su nacionalismo ni su discurso inicial; no algunas de sus tácticas. Ni siquiera aplaudo (tal vez debería) su gran manejo de los medios.
Aplaudo que aunque no lo mencionen, aunque muchas personas ni siquiera quieran pensarlo, representan la posibilidad de hacer algo distinto.
Cherán sería imposible sin el EZLN, o mejor dicho, sin las Juntas de buen gobierno, las leyes indígenas (aun sesgadas y que no se palican) no existirían.
No existirían los Caracoles. El experimento más valiente desde la Comuna de Morelos.
No existiríamos nosotros.
No soy neozapatista. Nunca he confiado en Marcos como figura mediática. Abomino del nacionalismo y de las coordenadas que manejan en sus comunicados: izquierda, derecha.
Pero creo en lo que representan. No puedo decir con certeza que confío en sus métodos, pero creo en la acción comunitaria; creo en "un mundo donde quepan muchos mundos", donde quepan todos los mundos.
Donde quepamos todos.
César Alain Cajero Sánchez
No hay comentarios:
Publicar un comentario