PROPÓSITOS DE UNA BUENA CARCAJADA
César A. Cajero Sánchez
Hace un par de semanas apliqué un examen a mis alumnos de
bachillerato. Entre sus muchas gracias, hubo una que me hizo reír mucho, pues
me recordó un gag de Mr. Bean donde el personaje nunca se da cuenta de que
había otra hoja de preguntas para su evaluación.
¿En qué consiste el placer que sentimos con la comedia?
Que la comedia debe ser tomada en serio es, dicen diciendo, un lugar
común que a veces se repite, pero que, paradójicamente, pocas ocasiones se toma
en ídem.
Así como así, lo primero que hay que hacer es repetir en coro y como niños
de silabario que hay distintos tipos de comedia, que, aunque no son lo mismo los
gags físicos, los sarcasmos, los juegos de palabras, los albures o los
monólogos, la mayoría de ellos parten del mismo origen: buscan provocar la risa
a partir de una situación que se ve como ridícula o absurda. Nos reímos de las
cosas que consideramos chuscas, para decirlo en buen cristiano.
Ya que partimos de ahí, se pueden distinguir básicamente dos tipos de
cómicos: aquellos que representan aquellas cosas que consideramos ridículas y
aquellos que las señalan. Nos reímos de los primeros de ellos y nos
reímos con los segundos. Unos son los bufones y otros son los
comediantes. Mientras las obras cómicas de Shakespeare suelen tener muchos
bufones, los artículos de Ibargüengoitia suelen recurrir a la ironía de los
comediantes. Ambos me hacen cagarme de la risa.
Hay también la comedia que es directa, que nos señala explícitamente
lo que es gracioso —por ejemplo, casi todo chiste verde— y otra cuyo juego es
más sutil y que hay que saber captar. Es el caso de la ironía y el sarcasmo. En
ambos casos, sin embargo, hay un juego hermenéutico que se pone en juego.
Incluso la comedia de gags físicos debe de ser reinterpretada. Juega con el
límite de los sentidos y los rompe. Así, reírnos de una caída aparatosa puede
censurarse en la vida social, pero el bufón suspende esas reglas.
En el caso del sarcasmo, el humor negro y la ironía, además se juega
con el sentido. La ironía dice lo contrario de lo que quiso decir y con eso
logra un efecto cómico. Juega con el sentido semántico y la ideología social
como el juego de palabras lo hace con el sentido y lo fonético.
A pesar de que existen distintos códigos con que los comediantes hacen
posible la suspensión de las reglas sociales, hay personas que no son capaces o
simplemente no quieren reconocerlos. recientemente me enteré de una serie de
falsos anuncios en la Facultad de Psicología de la UNAM que causaron escándalo
en la comunidad de activistas y personas preocupadas. Irónicamente la ironía se
le volteó al ironista —cuya posición respecto al problema social que
ridiculizaba era a fin de cuentas la misma de quienes lo linchaban—. Y es que
no todos son capaces de entender el tono de voz empleado, la exageración o el
simple contexto. He ahí una buena vacuna contra el humor.
En general la solemnidad es enemiga de la literatura. Ama el lenguaje
claro, directo, abierto y sin vacilaciones. Lo que, por supuesto, no se lleva
con un arte que se dedica a jugar con las palabras, los mensajes, la
comunicación. A darle vuelta a los
significados habituales, pues.
Sin embargo, l@s señor@s solemnes y obtus@s (como hoy se estila
escribir) suelen alterarse en especial con las comedias. Y es que, pues sí,
aunque sea lugar común, la comedia es algo serio. A diferencia de las obras
trágicas o de la poesía lírica, la sátira y las obras humorísticas no son una
celebración de la existencia ni una alusión a las emociones. Mientras otras
partes de la literatura expresan un sentido individual, la ridiculización que hace
la comedia es una crítica a todo aquello que considera ridiculizable y
reprobable. Y, como toda crítica, tiene un sentido social.
Sófocles se burlaba de aquellos que consideraba los males de su
sociedad; Moliere presentaba aquello que consideraba reprobable en una sociedad
justa y humana. Cuando vemos a un bufón representar su papel nos reímos de su
ridículo: no queremos ser como él, muestra la torpeza que debemos evitar. No se
propone como modelo, sino como ejemplo a evitar. Nadie quiere ser comparado con el Vitor ni con Kiko, ser el hazmerreír de la cuadra. El
comediante que ironiza sobre un asunto, una vez captado el sentido, está dando
una advertencia a través de una crítica social.
Cuando en el mundo los personajes de la comedia se vuelven héroes
trágicos es porque aquel ha dado un vuelco y son las palabras del loco y del
bufón las únicas que parecen tener sentido ya: el Licenciado Vidriera, el
Quijote, Yorick y Falstaff.
La seriedad de la comedia no estriba en tocar los temas insondables de
la vida humana, como lo hace la tragedia, sino en referirse críticamente sobre
la existencia social.
El inquisidor puede soportar al resto de la literatura porque toca
aspectos en los que difícilmente puede meterse (aunque al Gran hermano hasta en
a quién le enseña uno el calzón se inmiscuye), pero le aterra la posibilidad de
que alguien quiera interferir en aquello que considera su solemne terreno
exclusivo. Sentido del humor y autismos aparte, lo que se le reprochan a la
comedia los inquisidores es el ver sus más preclaras convicciones
desacreditadas. Y cuando esa crítica está bien escrita: cuando hace al
espectador reír, entonces definitivamente no pueden soportarse.
Los jueces son de esas personas a las que no les gusta perder y que,
cuando escuchan alguna risa, reparten madrazos.
Porque la risa es una crítica a todo modelo de orden, no se detiene
ante ninguna idea ni ante ningún altar. La comedia es seria porque destruye la
solemnidad y muestra la ridiculez de una parte de la vida humana. La irremediable
caricatura que es la vida del ciudadano.
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