Bye
bye miss american pie
Para
los que nacieron en la primera mitad del siglo XX, el nombre del destino, la
pasión que los conmovió durante toda su vida fue la política. Pasaron por una
época revolucionaria, liberal, marxista, anarquista; por el desengaño de las
utopías. Algunos hicieron carreras en el Estado, otros vieron interesados los
movimientos sociales de su época. Otros, pocos, ejercieron la crítica a las
instituciones y a los ideales revolucionarios. Todos, sin embargo, con algunas
copas se convertían en defensores, jueces o analistas de la actividad política.
Para
la mayoría de las personas de mi generación, los apasionamientos de esas épocas
son poco comprensibles. Recuerdo hoy esos días de los primeros años noventa en
que mi padre, mi abuelo y mis tíos se enfrascaron en interminables discusiones
al ver caer lo que para ellos era la tierra del futuro. También recuerdo cómo
durante muchos años todavía era posible comprar en las papelerías planisferios
con la Unión soviética, ese país gigantesco que, nos dijeron, ya no existía.
Fue
a fines de esa década cuando entendí del todo lo que ello significaba y no que
un demiurgo funesto había enviado a esa tierra al fondo del mar. Y entonces los
mapas también fueron puestos al día.
Las
pasiones políticas persisten, sin embargo han perdido su virulencia. Se han
encauzado a los problemas domésticos, al reformismo democrático, la lucha
electoral. Pocos creen ahora en salvar
al mundo. Pérdida que a veces me parece afortunada y, otras, lamentable.
Afortunada porque liberó al hombre de un dios sin rostro; lamentable porque en
su ausencia se han elevado deidades mediocres y parásitas de un sistema ya
incuestionado.
No,
la gran pasión que compartí (no las
que viví personalmente, las cuales han sido varias) con mi generación no fue la
política ni la religión. Ni siquiera la poesía o la técnica. El entusiasmo por
las computadoras me tocó apenas y lo de la poesía es un furor de un círculo muy
pequeño. No: la pasión de mi generación, al igual que la de todas las nacidas
después de 1950 fue otra; la música. Y específicamente un tipo de música: el
rock.
Hoy,
me parece, asistimos a un verdadero cambio generacional y el rock vive sus
últimos años como fenómeno popular. La triada rock, juventud, rebeldía ya no
existe. Ni el rock es música de juventud ni la juventud se corresponde con la rebeldía.
No
se confundan mis palabras: no quiero decir con esto que los músicos actuales de
rock sean peores que los de antaño. Hay buenos músicos y buenas canciones; hay
años de sencillos, discos y conciertos memorables, al igual que otros, como el
pasado, que me parecen apenas pasaderos.
Lo
que quiero decir es que el rock como fenómeno popular juvenil ya es cosa del
pasado. No ha habido en los últimos veinte años (catorce desde el último revival de envergadura) ninguna
conmoción que haga a este género lo que fue en el pasado. El rock no es el
género más escuchado ni por la juventud ni por nadie en país alguno, con la
probable excepción de Inglaterra.
Probablemente
se me replicará que en México en realidad el rock a partir de los años sesenta
—años en que esta música alcanzó su grado más alto de popularidad en todo el
mundo— dejó de ser un fenómeno de masas. Es verdad: otros géneros fueron en su
momento más escuchados. Durante los sesenta, una fiesta de la clase social que
fuese, en la ciudad que fuese, debía
ser amenizada con alguna de las canciones de rock de moda. En los setenta, esto
ya es impensable. En las clases populares, fue sustituido por la cumbia, la
música tropical o la balada “romántica”. El rock se refugió en la clase media.
Y sólo entre algunos miembros de esa clase, si bien poco a poco se formó
también en los barrios lumpen la cultura del rock urbano (que sólo desde una
óptica muy particular puede ser calificada de fenómeno pop; le falta
universalidad).
Todo
esto es verdad, sin embargo, el rock siempre estuvo ahí. En Inglaterra se daba
la música progresiva y luego el punk que no dejaron de tener ecos en México.
Ecos silenciados, pero existentes; esta música impregnaba el clima de la época.
Aunque
en el México de los primeros ochenta, el rock no fuera popular, era algo que
flotaba en el ambiente. El new wave nunca fue muy sonado en nuestro país, pero estaba ahí,
en la estética y el imaginario de jóvenes y adultos; el metal siempre fue en
este país un fenómeno mal visto y minoritario, inclusive en esos años, pero
todos estaban al tanto de su existencia. Luego, en la segunda mitad, Caifanes.
Y el rock estaba ahí.
A
muchos les perturbará lo que voy a escribir, pero en México el rock como
fenómeno popular murió en México con Caifanes y, en el mundo, con Nirvana. Los
años fueron cercanos; las consecuencias también. Pero no los detonantes ni las
circunstancias.
El
grunge, ese movimiento de grupos provenientes de la escena indie (entonces llamada alternativa, como antes llamada college rock y aún algunos la tildarán,
con razón, como un ejemplo más de postpunk) fue en Estados unidos y en la
mayoría del mundo, el último gran grito del rock. No pasó lo mismo en México.
Sí, muchos escucharon a Nirvana o a Pearl Jam. Pocos, sin embargo siguieron su
ejemplo musical. No hay apenas si una raquítica escena de músicos de música
alternativa en esos años. La razón es clara: en el resto del mundo,
especialmente en Estados unidos, había surgido una escena independiente a las
grandes disqueras, además de una ética proveniente del punk, y en menor medida
de la música folk y los remanentes del espíritu de los sesenta, que fue seguida
por una cauda de grupos muy distintos entre sí. No hay forma de comparar la
música de Nirvana con la de Pavement o a ésta con la de Beck (por no hablar de
los grupos anteriores) salvo por pertenecer o haber pertenecido a esa escena y
compartir esa ética.
En
nuestro país no pasó nada semejante. La escena independiente de los ochenta no
estaba inspirada por la ética punk, sino por su imagen. Y en cierta forma, por
su sonido, a través del postpunk. Con respecto a la generación de Avandaro,
hubo una ruptura total. Ninguno de los grupos de esos años fue ni imitado ni
tomado en cuenta de forma alguna por los formados en los ochenta. Además, dicha
escena fue absorbida por la industria musical antes de formar canales
semejantes a los de otros países. Los rebeldes
vieron que su rebeldía daba buenas ganancias y nunca tuvieron que vivir las
cosas que en otros países.
El
rock urbano sí creo una red de difusión alternativa, pero por sus mismas
características, fue una corriente marginal. Encontró un nicho en la
marginalidad misma; marginalidad, además, de las grandes ciudades. El rock
urbano como su nombre lo indica es apenas conocido fuera de los tres grandes
focos urbanos de nuestro país. Por él, el tiempo no pasó: los grupos de este
tipo de música siguen tocando las mismas canciones al mismo auditorio que hace
cuarenta años y así seguirán. No tienen aspiraciones estéticas ni ánimos de
renovación. Sus letras pueden criticar a la sociedad, pero siempre desde un
punto de vista excéntrico: esto somos nosotros, esto son ustedes. Crónica de
esa excentricidad, no encontraron eco fuera de su público cautivo.
En
el punk se nota muy bien esto: el fenómeno que conmovió las bases de la música
popular inglesa y cuya presencia puede seguirse en el rock hasta esta fecha
apenas si tocó nuestro país. Por una parte, un puñado de grupos de clase media
que pronto desaparecieron o cambiaron hacia el new wave gótico (y desde ahí
fueron asimilados por la industria); por otra parte, grupos de muchachos lumpen
proletarios que tuvieron que moverse en un circuito (el urbano) que no se
reconocía en un movimiento ajeno a sus circunstancias (el punk inglés nació en
las clases proletarias, pero el contexto es muy distinto).
No
es un enjuiciamiento; como cualquiera de la Ciudad de México, crecí con esa
música. Me gustan varias canciones de estos grupos. Pero acepto de buen grado
que es un nicho apenas; que no hay ninguna voluntad de hacer algo distinto. Al
rock urbano le ha pasado lo que en Estados unidos al country: se ha convertido
en un tipo de música viva, auténtica, entrañable, pero con pocas o ninguna
posibilidad de salir de su nicho.
En
fin, que el éxito del rock en la segunda mitad de los años ochenta en nuestro
país provino paradójicamente de que la atención de los grandes medios de
comunicación (es decir, de Televisa) se fijó en la exigua escena independiente
y quiso repetir lo que en otros países estaba sucediendo con The Cure, Madness,
Soda stereo o Culture club. Los resultados económicos fueron los esperados.
Pero se impidió la creación de una verdadera escena alternativa bien formada
(pequeñas escenas, existieron), algo que de todas formas era muy difícil; el
rock había perdido arraigo entre la mayoría de la gente.
En
Estados unidos el boom de los primeros noventa se dio cuando el circuito
independiente se abrió paso en el mainstream
con un grupo, un disco y una canción estupenda: “Smells like teen spirit”. En México, sin negar la calidad de los
grupos (cómo negar la calidad de grupos entrañables para mí y toda mi
generación), fue un fenómeno —como fenómeno popular—avalado y creado por la
televisora de Azcárraga. En ese sentido fue un producto no distinto a lo que
hoy son Thalia o Paulina Rubio; no distinto a lo que eran entonces Menudo o
Timbiriche.
Remarco
que esto no es un juicio. No me parece que ni Caifanes ni Maldita vecindad ni
Café tacvba, por señalar a algunos de esa época, fuesen “prefabricados”. Indico
que su popularidad y su impacto hubiesen sido mucho más limitados de no ser por
los intereses de un grupo de empresarios a los que lo que menos les importaba
era la música.
Se
dirá que lo mismo pasó en Estados unidos (dudo que a Geffen le importase mucho
la música de Nirvana, como queda patente en los cortes hechos a In utero). Es verdad, pero allá la
escena independiente ya estaba constituida, ya tenía canales de difusión. Ya
era un fenómeno popular. La atención de las grandes disqueras fue sólo el punto
final a un proceso que había iniciado muchos años antes, con R.E.M., Pixies o
Hüsker Dü.
Acabemos,
esto no es un ensayo sobre la historia del rock.
El
caso es que el rock llegó a los años noventa siendo un fenómeno popular. En el
mundo, con Nirvana como punta de lanza y en México, con Caifanes (único grupo
de todos los de la escena que fue aceptado casi por todo público; cosa que no
consiguieron los demás).
La
muerte de Kurt Cobain fue el principio del fin de la escena “alternativa” de
Estados unidos. En México, la desastrosa y vil manera en que se dispersó Caifanes
fue el momento de disgregación de las distintas escenas (la mayoría de las
cuales los había aceptado: Caifanes gustaba tanto a los seguidores de metal
como a los de postpunk, como a los de rock urbano) y el fin de la atención que
ya a regañadientes les prestaba Televisa.
Ni
Caifanes ni Nirvana fueron, quizá, los mejores músicos de su generación.
Fueron, eso sí, por distintas razones, los últimos que llevaron al rock a ser
un fenómeno popular. No es hora de comparar, aunque creo que es claro que
Nirvana fue un fenómeno mucho más amplio, profundo y genuino de lo que fueron
los Caifanes (y que conste, la música de estos últimos, me gusta mucho). Si los
menciono es porque, a pesar de lo que piensen los nostálgicos de esos años, el
grunge y el rock alternativo apenas si fueron conocidos y escuchados en nuestro
país; el rock era Caifanes.
Sí,
Nirvana y Pearl Jam fueron conocidos y escuchados, pero no tuvieron apenas
influjo en la escena mexicana. Además, pocos fueron los que los escucharon con
verdadero entusiasmo. Se les tomó (y se les sigue tomando) como afines a Guns
n’ roses, Bon Jovi o, en el mejor de los casos, Metallica, cuando en otros países
su filiación era clara. La razón es muy sencilla: no había en México nada
parecido a la escena alternativa y éramos ajenos a las particularidades de
ésta. Nunca se asimiló el punk ni su ética. Ni siquiera hubo noticias de los
grupos que en los ochenta la forjaron. Muy pocos escucharon a Black flag, Jane’s
addiction, Pixies, Sonic youth, R.E.M. o Throwing muses (por mencionar algunos
de los más conocidos). En México aquello de la generación X fue una ilusión
para vender discos.
La
historia posterior es conocida. En los Estados unidos la música alternativa se
refugió de nuevo en sus canales independientes. En Inglaterra, la escena creada
durante los ochenta (distinta a la de Estados unidos) aprovechó la ocasión, el
renovado interés de los medios al mismo tiempo que la pérdida del foco central,
y “nació” el britpop. Un género musical que fue de gran popularidad en
Inglaterra, pero que aunque se conoció en el resto del mundo, su aceptación fue
muy menor. Ni Oasis ni Blur (ni siquiera los favoritos de muchos, los para
entonces ya para entonces andados Radiohead o Pulp) fueron en otros países la
sensación que en Inglaterra. Y es imposible compararlos en ese sentido con Nirvana.
En
México nacieron por fin una serie de escenas independientes con más bríos (el garage,
el surf, el punk), pero se conformaron con un nicho regional. El Alicia, cuyo
antecedente fue el LUCC, no es el Roxy’s ni el CBGB ni los tiempos son los de
entonces. Luego, la dichosa avanzada regia y el ska mexicano que atrajeron la
atención por un tiempo y luego se desvanecieron. Lo mismo: ni Plastilina mosh
ni Zurdok ni Jumbo son lo que fueron los Caifanes en cuanto a fenómeno pop; el
ska mexicano fue la última vez que un fenómeno espontáneo mantuvo por un año o
dos la atención popular. En ello reside tal vez su mayor valor.
Y
de nuevo: no estoy hablando de calidad musical. Blur me parece musicalmente tan
bueno como Pearl Jam; la música de Zurdok me parece con matices más finos que la
de los Caifanes. Lo que digo es que no son un fenómeno popular comparable. Una
llamarada de petate apenas. Rescoldos.
Con
la entrada del nuevo milenio, la sucesión de revivals. Con los Strokes, White stripes, Libertines se rompió la
inercia mercantil que fueron el nu-metal o el pop punk (que alternaban
alegremente con los por fortuna olvidados Backstreet boys). Por un momento me
pareció que se repetía lo que en los noventa, cuando Soundgarden y los Red hot
chili peppers ensombrecieron la estrella
de Poison o a los también olvidados New kids on the block. No fue una reaparición
del rock: fue un revival. El rock
regresó por un par de años, no con el mismo brío de hacía apenas seis años
antes, y volvió a las catacumbas.
Sí,
ahí estuvieron Interpol, Radiohead, Bjork, Gorillaz. La escena de músicos
electrónicos interesados en el rock se mantuvo activa, lo mismo que los
circuitos independientes alcanzaron mayor público y se formaron mejores canales
de distribución. Pero ninguna verdadera sacudida. El rock ya no fue un fenómeno
popular de envergadura. El rock se volvió en una música de nicho para un grupo
de personas cada vez más reducido.
Lo
mismo pasó en México. ¿Qué grupo mexicano se escucha hoy a nivel masivo? ¿Carla
Morrison, Zoe, Triciclo circus band? ¿Son rock?, ¿son un fenómeno popular? ¿Cuántas personas
conocen o escuchan a Sufjan Stevens, the Oxygens o Richard Hawley?
Hay,
eso sí, una saludable escena independiente. Limitada, sí, pero sólida. De todas
maneras, encerrada en un nicho, un territorio y unos límites muy particulares y
estrechos. No tienen la envergadura de las disqueras indies de Inglaterra, Estados Unidos o, siquiera, España. Y si
éstas, con una reputación y distribución consolidadas, han sido incapaces de
incidir en el gran público (algunas de hecho ni siquiera lo intentan, tal vez
de manera sabia), qué podemos decir de las nuestras.
Tal
vez, se me señalará, pasa hoy lo mismo que en los ochenta; el rock no es música
popular, pero está en el ambiente. Me temo desengañarlos. No es así.
El
rock está desacreditado. Nadie se lo toma en serio.
¿Cuál
es la estética, el clima de la época o la actitud (odio la palabra, pero no
encuentro una más exacta) que el rock representa? No hay apenas huella del rock
como fenómeno popular en la forma en que la gente se viste, piensa, vive. Hay,
claro, algunas personas, pocas, que pregonan su gusto por el rock. Hay todavía
otras que inclusive siguen disfrazándose de punks, metaleros, jipis. Son la
minoría y nadie los toma en serio.
Es
muy gracioso ver desde hace algunos años en la televisión “cultural”
documentales, debates y foros sobre el rock y la “contracultura”, precisamente cuando la
“contracultura” ni existe ni le importa ni asusta a nadie. Y cuando nadie se la
toma en serio.
¿Qué
es un “hipster”?, ¿en verdad se parece en algo a los hippies o los punks?, ¿en
qué manera representan una contracultura? No, no son una contracultura ni lo
pretenden. Ni siquiera sé si en verdad existan. Todos los señalan; nadie me
puede presentar uno. ¿En qué sentido son un fenómeno popular? Me temo que, en
ese sentido, ser “hipster” (qué tristeza que ese término, nacido en el jazz y
que señalaba a los duros, a los iniciados en el be bop haya terminado así) es
simplemente ser nostálgico de mejores épocas del rock y escuchar grupos no muy
conocidos. En otras palabras: todos los escuchas de rock son, oh ironía, hipsters.
Todos son (somos) hipsters; nos pongamos ropa de cuadritos, bufandita y lentes
de la abuela o no. Ruckeros.
La
música de la época no es el rock. ¿Cuál es la verdadera música de la juventud?
Hasta
la pregunta es necia: el hip hop.
En
todo el mundo se escucha, en todo el mundo es popular. Influye en otros géneros
como en su mejor momento lo hizo el rock. La estética guarra de la época es su
propiedad. Su visión del mundo es la de la mayoría. Por una parte encarna el
gusto por el poder, el dinero, el sexo fácil, la ostentación y la chabacanería.
Por otra, es la verdadera música de protesta viable. Hay un tipo de hip hop
para aspirantes a narcos; otro para rebeldes, otro para simplemente pasar un
rato de cotorreo.
El
reggae es influido por el hip-hop; el ska también; la música norteña… bueno,
hasta el dichoso rock (Gorillaz es un grupo maravilloso impensable sin el hip
hop).
En
México el hip-hop goza de una popularidad que el rock no ha tenido en décadas.
Cierto: aquí la música grupera goza de mayor notoriedad, pero es influida por
éste y en más de una manera ha absorbido su estética (al menos la estética del
hip hop más popular) de forma consciente o no (como en sus albores absorbió la
estética del rock). Nada más natural: el hip hop es una música narrativa; lo
mismo los corridos, de los que la música grupera abreva mal que bien; encarna
los intereses de la mayoría de la gente (dinero, poder, en este momento), como
lo hace toda música popular.
Cuando
la gente fue rebelde o proclive a la rebeldía; el rock, el jazz, el folk, la
música de “protesta” y demás fueron los géneros más populares. Hoy ya no lo
son. Hay un hip-hop politizado, es cierto, pero es muy minoritario.
Y
aun así, a pesar de ser la música de esta generación, el hip hop dista de ser
lo que el rock en sus mejores épocas: la pasión universal. La música no genera
los debates que hace años; se escucha, baila y es todo. Recuerdo una anécdota
leída en una revista de los sesenta: unos muchachos de distintos países se
reúnen. Hablan distintas lenguas, van callados en un autobús a través de un
helado paisaje. De repente, alguien canta unas líneas de los Beatles. En pocos
minutos, algún otro saca guitarras y se forma un coro.
¿Qué
grupo musical puede hacer lo mismo hoy?
La
música no es la pasión universal. Ni la poesía. Ni la política. Es el dinero,
el poder. O mejor: su representación más chabacana: tener hartas cosas.
¿Qué
pasará con el rock? Me arriesgo a opinar que no desaparecerá. Tiene un nicho
particular del público, así como una serie de canales muy bien establecidos. Además,
aunque ya no es un fenómeno popular, sigue fecundando a otros géneros. El hip
hop en su momento le debió mucho (Aerosmith tocando con Run DMC; los Red hot
chili peppers y Beastie boys; en México, Cypress hill era escuchado por roqueros)
y le sigue debiendo (escúchese la preciosa recreación de Radiohead en “Filtah
happier”) tanto musicalmente como en mensaje, especialmente en el hip hop menos
comercial.
Hay
géneros que al dejar de ser redituables comercialmente y que los medios y el público
los dejan, desaparecen. Es el caso del mambo, el tango, el skiffle o el rock
and roll, los cuales son piezas de museo. Dejaron piezas memorables, pero han
dejado de ser músicas vivas. Se conservan de la nostalgia; de exhibiciones. Hay
otros que sin dejar de ser escuchadas y de ser populares, se petrifican y dejan
de cambiar. Es el caso de la salsa, el country o el rock urbano. Su mejor
tiempo ha pasado, se siguen haciendo canciones más o menos notables con sus
ritmos, pero no hay cambio en ellos; los escasos aires renovadores son efímeros
y no del todo bien recibidos. Finalmente, hay géneros como el folk, el jazz o
el corrido que perduran y que siguen ofreciendo sorpresas; que siguen
fecundando a otros géneros. Creo que el rock es de estos.
Por
mi parte, seguiré esperando ansioso nuevos grupos y sonidos. Pero me resigno a
que la pasión de mi juventud ya no es la de la mayoría. El planeta es del
hip-hop (del que detesto su vertiente comercial, aunque me gustan sus ritmos y
su faceta subterránea). Por lo mientras, espero el nuevo disco de…
César Alain Cajero Sánchez
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