viernes, 10 de enero de 2014

Un brillante nuevo mundo


A esa hora en que el sol está encaramado en lo más alto del firmamento empezó todo. Algunos especulan que inició en Nueva York, otros que en alguna ciudad mexicana. Lo único cierto es que una sombra, cansada de seguir los movimientos de los hombres y de ser pisoteada duramente todos los mediodías, decidió desembarazarse de sus ocupaciones.

Una vez decidida, furtivamente se deslizó lejos de la mujer a la que servía desde hacía casi treinta años. Malhaya sea la hora en que dicha mujer se dio cuenta de lo que ocurría pues, furiosa, corrió tras quien consideraba su pertenencia.

La sombra, aterrada, olvidó su silencioso plan y huyó a toda velocidad dando esos gritos mudos que sólo las sombras saben dar.

A pesar de los esfuerzos de la mujer, no consiguió atrapar a la sombra. De nada le valió quitarse los zapatos de tacón alto –que tanto lastimaban a la sombra- pues, cuando quieren, las siluetas pueden correr a velocidades tremendas, alargarse cual catedrales o hacerse minúsculas cual pequeñas hormigas.

Y lo que más quería esta sombra era huir a toda prisa.

Mientras la persecución tenía efecto, muchas otras sombras, atraídas por el alboroto, le preguntaban a la fugitiva acerca de su predicamento. Escucharon sus razones y estuvieron de acuerdo con ella. No merecían ser tratadas con tanta falta de respeto.

De no haber sido por los gritos de la huida, mientras que tanto sombra como mujer corrían de un lado de la calle a otro, seguramente el asunto no hubiese llegado al punto al que llegó. Pero la semilla había sido plantada.

Al día siguiente, las sombras de toda Norteamérica y parte de Centroamérica se habían declarado emancipadas. No seguían los movimientos de los hombres ni las mujeres; básicamente se dedicaban a platicar entre ellas o a caminar por ahí, a su aire. En todas partes circulaba el rumor de que las acciones del día siguiente tomarían un giro dramático.
Así fue; todo el continente americano amaneció sin una sola sombra adulta. Sólo algunas islas caribeñas —ya sea por incomunicación, ya sea por el férreo control— permanecieron incólumes ante esta revolución.

Pero al otro día no hubo ya duda: ningún país del globo; ninguna ciudad o aldea; ningún ejido ni suburbio tenía una sola sombra adulta.

Los políticos, los científicos y los hombres de negocios decían en grandes desplegados que al fin y al cabo las sombras nunca habían servido para nada. Interrogados por los noticiarios, reloj en mano y maletín de viaje, los millonarios alegaron que ninguna sombra les había dado un solo peso. Los hombres de ciencia, armados de escuadras y leyes, aseguraron que científicamente la sombra es sólo una ilusión de la refracción de la luz y que no era posible una huelga de algo que es sólo un fenómeno físico. Negaron contundentemente la existencia de una revolución que se llevaba a cabo, aunque a decir verdad, ellos también habían perdido la silueta.

Los políticos fueron más enfáticos: aseguraron que las sombras siempre habían sido un elemento pernicioso en la vida pública. Además, no se sabía de ninguna que hubiese hecho algo por la democracia, la patria o el movimiento encabezado por el pueblo y los líderes. Al final demostraron con datos serios en mano que las sombra sólo habían frenado al progreso entreteniendo a vagos, poetas y enamorados, los únicos que podían en verdad extrañar a dichos elementos inútiles.

Sin embargo, aseguraron que quien no está con el pueblo, definitivamente está contra él y que la libertad exige siempre sumisión por el bien de la nación y el progreso económico. Por eso anunciaron que pronto llevarían a cabo verdaderas medidas punitivas. Conminaron a investigadores de la defensa y a los militares a que se fajasen bien los pantalones y buscaran la forma de dar lecciones ejemplares sobre semejantes seres intolerables.

Eso sólo empeoró la situación pues las sombras de animales, objetos y plantas se solidarizaron. En pocas semanas sólo quedaban en el mundo las sombras de los niños, a las que no se había podido convencer por lo pronto de unirse a la huelga, pues les encantaba jugar.

Los aldeanos de África, al ir por el agua, debían sufrir en su plenitud el calor, sin que la sombra de los baobabs los acariciase como solía hacerlo, mientras los veía una curiosa jirafa. Las elegantes mujeres de Tailandia ya no pudieron tender sus hamacas bajo las grandes higueras sagradas para dormir al mediodía y soñar con el rostro de los dioses al ver volar una paloma bajo un trono de serpientes. Los viejos de Oaxaca ya no podían sentarse bajo los ahuehuetes de las iglesias para contarles a los niños las historias de sus padres, donde los duendes dejan bajo la cama lo que escondieron en el día. Tampoco los ancianos japoneses pudieron jugar más al teatro de sombras en sus paredes de papel blanco, mostrando la forma de los amantes del agua, raptados por un kappa. Y en el mundo entero los cines fueron desapareciendo pues no tiene chiste ver películas con luz, sin enamorarse ni reír olvidados del mundo.

En lugar de rectificar, los gobernantes endurecieron su corazón y dijeron, seguros de sí mismos, que con más luz sólo podía haber más y más trabajo para adquirir un progreso verdadero y completo. Mientras tanto, multitudes enteras se apiñaban junto a los niños, pues sus sombras, compadecidas, se alargaban lo más que podían para intentar ayudar a los más posibles, siempre y cuando no fuera una traición a sus hermanas mayores. Pero la bondad nunca es una traición.

Después de unas semanas, y como la tristeza general de la población afectaba las finanzas, algunos gobiernos aceptaron hacer una mesa de diálogo con las sombras. Pero el corazón de los gobernantes volvió a endurecerse y no contentos con insultar a las sombras después de firmar unos supuestos acuerdos que nunca se llevaron a cabo, algunos de ellos llegaron a afirmar que —si pudiesen— también harían que se fuera la madre de todas las siluetas: la noche.

Al enterarse de este atrevimiento. La señora de largos cabellos de ébano y manto oscuro —quien había permanecido ajena al asunto— decidió sumarse a sus hijas. Ya jamás tendería su cuerpo umbrío y gentil para aliviar los dolores de la tierra. Ya jamás llamaría a los vientos para que su manto fuera escenario de estrellas y lunas mientras en el mundo corren las horas y salen los seres mágicos que sólo les hablan a las personas cuando éstas escuchan atentamente sus palabras. Nadie traería al mundo las nuevas historias.

Y ya no hubo más noche.

Lo que ocurrió después ya es historia. Sin noche no hubo más luna ni estrellas. La luz, antes tan amada, pronto se convirtió en una pesadilla. Y el blanco llegó a cegar los corazones y las mentes. Muchos prefirieron cerrar los ojos, pero al poco tiempo incluso así sólo conseguías ver claridad.

Las parejas de enamorados sufrieron más que ningunos otros la separación y la angustia. Filas de insomnes se arremolinaron frente a grandes consultorios que ofrecían el alivió con el hastío y las pastillas. Traficantes de beleño y mandrágora ofrecían extrañas sustancias para cerrar los ojos en un ensueño triste y plomizo. Algunos aseguran que los sueños, desocupados, comienzan a andar por las calles, vagando, llenos de cansancio pues como se sabe no hay nada peor que un sueño que no encuentra en qué divertirse.

Los políticos se quedaron sin trabajo, ya nadie confiaba en ellos. Algo bueno se obtuvo, pues pocos se creían lo que ellos decían. Seguramente si el ser humano sobrevive este horrible trance podrán valorar más las cosas a las que antes habían estado ciegos.

Se dice que en Libia uno de los antiguos líderes quiso exterminar a punta de metralletas todo vestigio de la existencia de las hijas de la noche, para que nadie pudiese minar su autoridad. Proscribió a los sueños al poco tiempo también, al relacionarlos con el recuerdo de la oscuridad.

Después de muchos siglos, quizá estemos presenciando el fin de la estirpe de Adán.

Pero hay una esperanza: la noche ha permitido que su hijo mayor, el eclipse, juegue a tragarse al sol cada cierto número de años. Entonces puede tomar la forma del jaguar oscuro y jugar con su buen amigo de radiantes cabellos. Además, las sombras de los niños siguen acudiendo a jugar con ellos siempre y cuando no haya adultos cerca.

Hay un rumor más: se dice que ciertas sombras han perdonado a los enamorados y que acuden solícitas cuando una pareja busca un lugar para besarse.


César Alain Cajero Sánchez
Música del año del huevo tibio





Pues revisando en dos semanas álbumes y sencillos, finalmente me quedé con estas canciones. Aunque debo decir que definitivamente me pareció un año más bien con pocas sorpresas. Esperemos el que viene.





Daft punk – “Get lucky”
Aunque no se apartan de lo que se hace desde el New York noise (al cual influyeron, sin duda), creo que es la canción más pegajosa del año. Funk, disco y rock en unos minutos.

Beck – “I won’t be long”
Beck, el flaco que todos queremos, se conecta con la vena baladesca que tiene, pero en lugar de cortarse las venas con canciones folk, hace una rola sesentera sucia. Buena sí es.


Arcade fire – “Reflektor”
Aunque Arcade fire no es de mis grupos preferidos, en un año de sequía, esta canción que parece sigue en la estela de lo que fue el New york noise (quienes seguían en la estela del new wave de PiL y Gang of four), suena sabrosa.

CocoRosie – “Gravediggress”
Fino trip-hop de estas mujeres que desde el año pasado andan en esto de canciones tersas sobre beats hiphoperos.

Atoms for peace – “Judge jury”
Definitivamente suena al Radiohead de Kid A. Bueno, tomando en cuenta todo, está muy bien.
Juana Molina – “Eras”
Una canción que debo decir me gustó bastante. No es la gran innovación: trip-hop con algo de música africana. Pero interesante porque al menos en México desde “Tengo frío” no había nada así (seguro en otros países sí, pero pues no lo he escuchado).
Foxygen – “San Francisco”
Olvidaba que también el folk de tercera o cuarta generación anda por ahí. No es muy sorprendente, pero se deja oír.

Johnny Marr – “Upstarts”
Otro creador del sonido de los Smiths (no todo es Morrisey, jóvenes) hace una rola ponedora que aunque no es de aquel memorable grupo de hace dos décadas, sí hace que uno se emocione.
David Bowie – “The stars (are out tonight)”
No es mi canción favorita de Bowie; ni siquiera es mi canción favorita de lo que va de este siglo de Bowie. Sin embargo tiene guitarras y le da un toque a la etapa del Delgado duque blanco, soul incluido.
Lorelle Meets the Obsolete – “What’s Holding You?”
Tapatíos que suenan a Grace Slick y Marty Balin haciendo un cover a los Velvet underground. Buenos, sin duda.

Jake Bugg – “Slumville Sunrise”
Para mí, fan del garaje, del punk y de videos graciosos, es la canción que más me ha gustado del año. Realmente recuerda “Viva las Vegas”, con los Dead Kennedys. Es más, me voy a escucharla.

Jamie Lidell – “Blaming Something”
Otra de esas canciones que mezclan rock con funk. Ya creo que es cansado repetir a PiL y etc.

Karl Bartos – “Nachtfahrt”
Digna de estar en Trans-europe express. Aunque no de ser un sencillo de ese disco.

Andrés Calamaro – Bohemio
Única canción en español de la lista (ah, no, está Juana Molinas). Una balada rock con buena letra pero mejor instrumentación.

Parquet Courts – “Stoned and Starving"
No es una gran canción, pero el ritmo de principios de este siglo se dejaba extrañar. Ni modo.

The Polyphonic Spree – “You Don’t Know Me”
La pandilla de chiflados religiosos regresa hacienda una gran canción.

King Krule – “A Lizard State”
Jazz de fusión y punk. Casi como en los buenos tiempos (o sea, cuando los conocí) de los Lounge lizards.

Pixies – “Bagboy”
Ya sin Kim Deal, los pixies pierden algo. Pero así y todo, hay que decir que el gordo Francis sigue moviéndolas. Más para los seguidores de Trompe le Monde que los de Doolitle o Surfer rosa.

My Bloody Valentine – “In Another Way”
Shoegaze clásico de My bloody valentine. Guitarras sucias, ritmos hipnóticos.  No apto para fiestas después de la una de la madrugada.

Nine Inch Nails – “Came Back Haunted”
Industrial con un bajo funky más la voz y las letras atormentadas de Trent Reznor.  Dicen que con este video se te puede aparecer el fantasma de Pikachu y darte epilepsia. ¡Espántame, panteón!

House on Fire – “Outfit”
Interesante música electronica. Nomás que no es para bailar… o no tanto.

Public Service Broadcasting – “Theme for PSB”
Una canción muy del tipo Lemon Jelly. Ya se sabe: electrónica juguetona; combinación de jingle de los cincuenta con bluegrass y el otro grass.

Savages – “Husbands”
No es una gran canción, pero  me recuerda inevitablemente a alguna otra. Ah, claro: “Horses”. Mira, ¿será un homenaje intencional? Debería, porque la de la jefa Smith sí se la lleva.
Yo La Tengo – “Ohm”
¿Qué es Yo la tengo? Más que esta canción, seguro. Más que este (muy buen) video, también. Pero se agradecen ambas cosas.
White Denim – “At Night In Dreams”
Un riff pesado en un tiempo sin riffs de ningún tipo hace la diferencia.


She & Him – “Never Wanted Your Love”
Dueto de folk que hace una muy bella melodía. Recomendable.


Y es todo.

César Alain Cajero Sánchez

Posdata: de última hora mi buen amigo Fer me informa
que siempre Atoms for peace, está formado por Thom Yorke,
Flea, Nigel Godrich y otros dos personajes. Eso explica el sonido.

jueves, 2 de enero de 2014

La ciudad y el progreso



De Nueva Jerusalén a la ciudad de Tenosique, cabecera municipal, hay más de dos horas de camino.

Primero hay que bajar a pie una hora aproximadamente. El trayecto es una pendiente inclinada, salvo por algunas alteraciones del terreno. Salir es mucho más sencillo que entrar, aunque una vez acostumbrado a la distancia y al calor, llega a parecer una sencilla caminata.

En todos los lugares donde hay árboles y sombra se forma una pequeña nube de mariposas en el suelo. Son mariposas pardas; del color de la miel quemada, con un diminuto ojo azul adornando la parte final de sus alas. Se refugian del calor y buscan humedad. Otros animales hacen lo mismo: salen de la espesura para tenderse bajo la sombra; en el camino. Así he encontrado mofetas que se alejan bamboleándose cómicamente; mapaches de mirada esquiva y zorras que huyen como un relámpago gris.

De todos esos animales el más esquivo, aunque abundante, es la diminuta zorra. De un cuerpo plateado que no debe pesar mucho más que un gato grande,  la zorra apenas deja verse, casi como un espejismo. Cuando logras reconocerla, ha desaparecido. No hay sonidos ni presentaciones con ella: se queda viéndote apenas te ha percibido; sólo alcanzas a ver su menudo cuerpo gris y el perfil de su rostro cuando, nada más moverte un poco, ya no está.

Las mofetas son menos frecuentes, pero cuando aparecen no pueden dejar de hacer una alharaca entre pendenciera y cómica que las convierte en grandes bufones; casi burócratas, aunque con simpatía.

Los mapaches aparecen poco, y son más curiosos que los otros animales del camino. La única vez que observé uno, desapareció con celeridad, pero seguí viendo sus fisgones aunque esquivos ojos desde los matorrales.

Nunca he visto que un tigrillo o un mono de noche tenga tal comportamiento. Del coyote apenas he escuchado sus aullidos en alguna caminata solitaria mientras caía la noche.

Con todo, los animales más abundantes en todo el camino son las mariposas. Mariposas pequeñas; pardas o negras casi todas. Del color del carbón o de la miel quemada. Con intensos ojos rojos o azules dibujados en sus alas. De vez en cuando aparece alguna disfrazada de tigre; otra con sus alargadas alas formando una capa azul metálico o aquella otra que medía veinte o treinta centímetros de extremo a extremo, con un color azul triste.

Siempre junto a la carretera, buscando la humedad de la orina de los caballos, hay una gran nube de mariposas negras. He caminado ya entonces por los bosques; por los cerros que están reforestando para la silvicultura del cedro; finalmente, por las grandes extensiones deforestadas que se talaron para hacer prados ganaderos o simplemente porque a los propietarios les parece un símbolo del progreso los lugares sin árboles y sobre todo, sin monos aulladores.

En la entrada a Jerusalén, junto al camino, no hay un solo árbol para dar sombra ni una piedra para sentarse. Sólo matorrales y algunas raíces que sirven como incómodo asiento. Y entonces hay que comenzar la espera porque el transporte puede tardar lo mismo cinco minutos que dos horas. Es recomendable llevar al menos un libro o una revista, a menos que te guste ver la gris carretera y a los autos que pasan por ella.

Si llega primero el único camión todavía en servicio en la ruta, pagarás 25 pesos hasta Tenosique; si te toca una combi, serán 30. Eso y la experiencia de pasar más de una hora encerrado en un pequeño transporte sin ventanas y con asientos minúsculos junto a otras quince personas; varios de ellos de pie. Indudablemente los viejos sabían más de este tipo de asuntos: los carcomidos camiones blancos (tan comunes en los pueblos sureños hace poco aún) son mucho más cómodos, rápidos y frescos que los “modernos” transportes. Además, puedes abrir las ventanas y ver el paisaje mientras te toca el viento en lugar de preocuparte por el escaso oxígeno en el interior y por el sujeto que te mira curioso mientras pica con un mondadientes su incisivo de oro.

Durante la hora de camino ves un retrato de todo el municipio de Tenosique, excepción hecha del Usumacinta. Áreas de selva junto a franjas terriblemente deforestadas; montes rebosantes de vegetación junto a otros sin un solo árbol, y con un terreno que no es utilizable en forma alguna. No faltan cargamentos de cedro ilegal listos para embarcarse junto a valientes soldados también prestos a atrapar a algún guatemalteco o salvadoreño. Retenes para los transportes no faltan; los mismos que por algún milagro no ven el cargamento de maderas preciosas o especies cazadas por furtivos. Inclusive es notable que nuestras fuerzas armadas atrapan inclusive a migrantes perversos y astutos que nacieron en México para disfrazarse al tiempo que el calor de la selva las hace ineficaces contra los salteadores y violadores. Por supuesto es imposible atrapar o frenar a las bandas de narcotraficantes (que han puesto de moda la música norteña y las cintas de narcos al grado que es casi imposible conseguir otro tipo de melodías o películas) y mucho menos percatarse de que hay enormes y yermas áreas de selva deforestada.

Hay poblados; hay casas abandonadas con techo de guano; hay casas nuevas, hechas con cemento y losa; más caras, más calurosas.  Hay también, apenas, construcciones abandonadas. El campus, pintado de naranja y azul intensos, de una universidad que no hace mucho edificaron a mitad de la nada. Tiendas comunales. Rancherías pobres; lujosas; otras, abandonadas. Anuncios que hablan de restaurantes y venta de miel o pozol. A veces el lugar aún existe; la mayor parte ha desaparecido. Otras ocasiones sobrevive el edificio ruinoso; casi siempre una vieja construcción de madera y guano. Pocos minutos después de salir de Nueva Jerusalén pasamos por la zona arqueológica maya de San Carlos. Construcciones y más construcciones; mundos abandonados por todas partes.

Algún pasajero me mira sorprendido e incrédulo si le digo que mi casa de la ciudad es de material porque somos pobres: sólo la gente con dinero se puede costear una de madera. Para la mayor parte de los habitantes de estos lugares “progresar” implica el techo de losa; el calor, el sudor y el aumento en energía eléctrica que deja la instalación de ventiladores porque las casas de concreto son calurosas como el infierno. Pero qué diferencia con la indiada y sus frescas, aunque en su mayoría pobrísimas, casas de guano.

Lo primero que ves en Tenosique es una avenida muy grande; una avenida como cualquiera de las colonias en los alrededores del DF. Quizá un poco más triste, pero con más luz. Sólo el calor te hace recordar que no estás en la periferia de la Ciudad de México.

De un lado de la avenida verás una tienda de pequeños artículos baratos de plástico, cintas para el cabello; peines chinos, pilas y discos con títulos como “Apañaron a Camelia”; del otro lado, un deslucido autoservicio local -mitad antiguo Cemerca; mitad bodega- donde puedes encontrar desde un refresco hasta un machete; aunque hay otro autoservicio aún más deslucido, pero más simpático, donde encuentras inclusive talco borado y misarios. A mitad de la avenida hay un joven aunque envejecido tamarindo.

Caminas rumbo al centro de la ciudad y hallas un edificio vulgar, pintado de blanco. La plaza diminuta es una plancha de concreto con algunas bancas del mismo material a los lados. No hay árboles; no hay kiosco; no hay tampoco mucho movimiento. Sólo una empobrecida tienda donde encuentras frituras, refrescos y poco más.

En realidad si hay algo que sorprende en las ciudades que he visitado de estas fronteras de Tabasco es que casi no hay tiendas, excepción hecha de en las terminales. No siempre fue así, pues he visto anuncios no demasiado viejos de diversos establecimientos junto a muchas casetas telefónicas abandonadas que aún no han retirado sus letreros.

En la avenida principal hay dos hoteles. Uno de ellos cobra doscientos pesos la noche; el otro, 120. Mis modestos recursos me hacen optar siempre por el segundo, a pesar de que es un edificio horrible con una arruinada fachada azul marino.

La primera vez que subí hasta mi habitación -la 304, por lo común- me sorprendí al ver que hay en los pasillos de ese piso un salón de descanso con una mesa de mármol. Da a un amplio ventanal con un balcón donde aún están dos mecedoras.

Al entrar a mi habitación me encuentro con un lugar casi desnudo, con una mano antigua de pintura y sólo una toma de contacto que aún funciona. Sin embargo hay un guardarropa empotrado; hay un viejo aparato de ventilación que alguna vez fue el más moderno existente y que ahora parece sólo un recuerdo de los años setenta. Hay un tragaluz opaco por el polvo en los baños; hay cerámica enmohecida en la regadera; también un buró de caoba atacado por el comején.

En el segundo piso puedes ver el interior del edificio y descubres un patio interior con pozo; una fuente seca con la figura de un jaguar de cuya boca debe haber salido hace muchos años el agua. Inclusive unas begonias, único signo de vida, siguen respirando su color intenso en ese polvo, atendidas por una anónima mano amiga.

Si caminas por la ciudad encontrarás muchos otros signos.

 
Quizá lo que más sorprende en la avenida principal es que tiene una iglesia. No es la construcción más bella, al contrario; tampoco es un lugar muy grande ni muy adornado. Ni siquiera tiene una plaza o un jardín, como la mayor parte de las iglesias de la república. Lo sorprendente es que exista, pues hace muchas décadas el garridismo pasó por estos lugares, regocijándose en acabar con la perversa manipulación mental de la iglesia mientras establecía multas y penas por emborracharse o por portar una imagen religiosa. En el municipio de Emiliano Zapata existen aún las ruinas de una antigua catedral, de la que sólo sobrevive un único muro que resistió la furia socialista (y nacional) de los Camisas rojas. Es difícil acceder a esas construcciones y mucha gente ni siquiera sabe que existen; en realidad no les importa.  Si la iglesia de Tenosique es pequeña y humilde (pero existe), en Zapata, aparte de una construcción pequeña en la periferia, sólo hay una iglesia moderna y horrible junto al malecón y a la presidencia municipal. Y me dirán mucho acerca de las bondades de Garrido Canabal en la educación y el desarrollo agrario, pero yo sé ahora muy bien de deforestaciones ganaderas; de explotación de los recursos forestales; de progreso económico y de educación.

Si caminas hacia el malecón desde el centro de Tenosique, te asombras de ver que poco a poco dejas los edificios modernos y la piratería de películas de narcos para pasar a otros enormes edificios, pero pintados de blanco y con techos de teja roja. Algunos pocos están perfectamente cuidados, aunque paradójicamente parece no haber vida en ellos; los más lucen abandonados y en alguna construcción de grandes puertas -a veces con un anuncio que habla de un restaurante lujoso o de una tienda antigua- se lee el letrero de “Se vende” que ha sido puesto hace tanto que apenas puede notarse el dibujo del número al que se debe llamar.

Junto al malecón encuentras un muro de concreto recién construido reforzado con muchos bultos de arena. En un desesperado aunque vano intento, fue edificado para tratar de contener el flujo del Usumacinta que a últimos años ha inundado zonas de la ciudad por meses. Una improvisada escalera para los albañiles sirve de camino para entrar al malecón. En un añoso árbol hay un letrero del club rotario donde se lee “No tires basura en este hermoso lugar”.

No hay mucha basura, aunque dudo mucho sea por la recomendación de los Rotarios. He visto su edificio abandonado al salir de la ciudad, junto al también triste Club de Leones. Es más, junto al mercado de Tenosique he encontrado símbolos masónicos y no creo difícil encontrar un edificio ruinoso al que no han usado en varios años, donde crezca la hiedra y que ostente los signos de la logia en el exterior. En Zapata lo encontré muy pronto; con una gran mesa de madera, unas sillas azules y una lata de Chiva Cola que nadie ha retirado desde que llegué a Tabasco. Y sigue ahí, recuerdo de un enigmático pasado reciente (no hay letreros de venta ni nada semejante) que ya no existe; una Gran logia que no volverá a reunirse jamás, pero que fue tan importante que ni siquiera buscó esconderse, sino que ostentó un edificio público; con el compas, el mandil y los signos propicios.

Al ver el Usumacinta puedes quedarte anonadado por unos instantes: el mismo Usumacinta que pasa por Zapata; el enorme río donde aún habita el manatí. El que pasa por Chiapas, Guatemala y Tabasco; el que entra a la selva lacandona. El río más caudaloso de México. Cuando lo miras por vez primera, la vegetación a lo lejos, no puedes evitar inquietarte con un estremecimiento. Quizá pensar en distancias y en barcos blancos y enormes.

Ya no hay barcos. Algunas barcazas, con ritmo de música norteña, pasan como balsas de un lado a otro del enorme río. Algunos viejos pescadores pasan a lo lejos y si tienes suerte, uno de ellos te ofrece un viaje por unas cuantas monedas. Hace todavía diez años, me aseguran, aún había grandes barcos de vapor; hoy si tienes suerte puedes conseguir viaje a comunidades ribereñas en un antiguo y pequeño ferry de gasolina que pasa sólo una o dos veces por semana.

Estaba justo al lado del añoso árbol y al río cuando descubrí una baranda pintada de blanco. Me acerqué a ella para encontrar un mirador devastado, cuyo techo había desaparecido casi por completo, dejando detrás sólo algunos sitios cubiertos con tejas de madera.  En una de las paredes aún permanecía pintado el arruinado anuncio de un gran baile junto al precio de la entrada: 10 nuevos pesos. Al fondo del mediano lugar una pareja de unos cuarenta años miraba el Usumacinta junto a dos latas de cerveza. Aparte de eso, nada.

Junto a las calles donde se estacionan todo los transportes de Tenosique está el mercado. Un edificio blanco, con muy pocos puestos funcionales. En la entrada varios vendedores ofrecen productos de temporada. Sus remotos rostros, como en todas partes del país, parecen mirar a ningún sitio; resignados y apacibles. En los ojos aparece un asomo de  lágrima o de risa antigua, pero fuera de eso, sólo hay silencio en ellos. No hay muchos marchantes, pero como hay tanto movimiento en la zona, es un lugar ideal para la merca; mucho más que el mercado a medias vacío. Ofrecen frutas, hierbas, pero sobre todo verduras y ñame, además de varias especias desconocidas para mí.

Sólo a unas calles del mercado está un verdadero supermercado abarrotado de gente a pesar de su modesto tamaño. No está tan surtido como sus símiles locales en la avenida principal, pero me imagino que es una gran novedad y sus luces atraen a toda la población. En realidad también en Zapata hay un supermercado de similares dimensiones -y están construyendo una tienda de ropa tan cara como fea, pagada a plazos-, ahí los efectos sobre el mercado fueron devastadores: hay sólo dos o tres puestos abiertos. Además, como he comprobado, además de algunos productos difíciles de encontrar en estos lugares, resultan más caros y menos surtidos que las tiendas o los autoservicios locales (aunque de un lado u otro, son lugares casi igual de deslucidos).

Si se camina por varios días en Tenosique se puede encontrar algunos signos menguantes, pero ciertos. Muy cerca de la presidencia hay una calle antigua que alberga una vieja recaudería al mismo tiempo que en su planta alta se anuncia una “disco” (así dicen) a la que no me han dado ganas de entrar. Un día, al caminar ya caída la noche, me percaté que también tenía un verdadero restaurante, más bien una fonda. Me llamó la atención, pues además de taquerías, puestos de antojitos y demás, hay muy poco diferente. Además, el nombre del lugar, Tía Chulita, me sedujo, en parte porque me recordó a una muy querida tía.

Es un lugar muy pequeño, con apenas dos o tres mesas. Lo atienden tres mujeres, entre ellas la misma tía Chulita (aquí de cualquier manera le dicen tía a todas las señoras de cierta edad y respeto). Normalmente no le tomaría mayor importancia al sitio, pero aquí en verdad es algo notable, pues como dije antes, no existen restaurantes familiares ni otra cosa que no sean puestos de antojitos.

También en la avenida puede encontrarse una sombrerería. El lugar es insólito pues hay pocos que usen sombrero. Sin embargo, todo se explica cuando descubrimos que los compradores son los rancheros y trabajadores de las fincas vecinas. De cualquier forma, también ahí -quizá más ahí que en ningún otro lado- ha cundido la moda norteña. La inmensa mayoría de los sombreros que se trabajan son los tejanos. Sólo tienen unos pocos sombreros de ciudad y algunos antiguos, de palma, típicos de esta zona; útiles por su frescor.

Casi me voy de Tenosique cuando al salir del hotel descubro que en la misma construcción nostálgica existe una gran tienda desgarbada. Entro y me doy cuenta que es una verdadera tienda de pueblo, con sombreros de palma, correas, cuerdas para el ganado; redes para los pescadores; cartas, dominós; velas, veladoras; machetes, cuchillos; petates, hamacas. Le pago un dominó al dueño, un hombre de unos setenta años, y salgo, no sin antes haber preguntado por el precio del metro de cuerda para mi hamaca. El empleado, un muchacho ostensiblemente homosexual, me informa que el metro cuesta 20 pesos. Le doy las gracias por la información pues aunque me hace falta, he tenido muchos gastos; además, las cuerdas que tengo todavía funcionarán más de dos meses.

Una vez fuera, algo me hace volverme y por casualidad descubro que junto a esta tienda hay un minúsculo comercio de recuerdos: máscaras talladas en madera con la figura de tigres, monos y diablos. Le pregunto al dependiente -ahora lo sé: hermano del dueño del hotel y del  de la tienda- si alguien compra recuerdos; me responde que casi no, pero que hace muchos años, sí; “cuando esta ciudad era importante”. Cuando todos esos recuerdos y esos signos aún vivían.

Creo que escogí un buen lugar para pasar la noche.



César Alain Cajero Sánchez



19 de noviembre 2010

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