martes, 31 de diciembre de 2013

Una vez hubo veinte años


No soy político. No me agrada la política. Odio los debates políticos. La vida pública me enferma.

Hace veinte años, estaba yo bajo los efectos de la Guerra fría que en mi casa se había tornado caliente cual chocolate espeso. Desaparecida la URSS, para estupor de mi padre y tíos, llevaba varios años de escuchar pláticas sobre qué había salido mal en ese paraíso.

Ese 1994 en el que mataron a Colosio, en el que leía una revista llamada El chahuistle (la cual, para mi mentalidad de entonces precedía la Revolución como el Hijo del ahuizote lo hizo en su tiempo); ese enero además de un frío que recuerdo canijo y de un ponche especialmente sabroso, aparecieron unos enmascarados en la pantalla de mi televisión. Y ninguno de ellos era Batman, entonces de la mano de Tim Burton.

En realidad nunca supe bien entonces de qué iba el EZLN. Todo para mí tenía el olor de la Revolución y con ello, cosas de la edad, de la alegría y libertá.

Ese primer EZLN era un derivado de las guerrillas maoístas que a partir de los setenta habían rondado de un lado a otro de nuestro país. Su discurso era netamente marxista, con el cambio de poderes "populares"; el llamado a la adhesión revolucionaria. Su meta, al menos en ese entonces, era tomar el poder.

Esa era su meta, así que —para mis años de entonces—, representaban lo mismo que se supone yo buscaba.

Pero la mayoría de la sociedad no respondió a sus llamados. Como tampoco un mocoso de 10 años (o sea, yo) lo hizo.

No fue sino después de ese primera declaración que su discurso fue mutando a algo muy diferente. Al principio, era una guerrilla campesina revolucionaria (si bien formada en su mayoría por indígenas) con claras referencias al marxismo como se entendió en los setenta (es decir, un marxismo nacionalista, con todo lo absurdo de tal planteamiento).

La Segunda y tercera declaraciónes de la selva lacandona se van desnudando de la retórica de las FLN (antecedente directo del EZLN), del maoísmo inicial e inclusive de muchos rasgos guevaristas (que hacían y hacen las delicias de chicos y grandes, parece). A partir de entonces se dirigieron a la creación de una unión de grupos democráticos de "izquierda". Ya en la tercera y cuarta declaración esto se propone como un frente descentralizado, con algunas tendencias libertarias e inclusive anarquistas.

Lo cierto es que desde el principio y frente al fracaso en el terreno militar del EZLN, sus medios fueron una pantomima política. Es decir, al cerrarse la puerta a una confrontación directa con la maquinaria bélica del Estado, la resistencia se planteó en términos políticos. Sin embargo, una política que más le debía a los desplantes de Groucho Marx que al otro señor del mismo apellido (pero mucho menos divertido).

Esto, sin embargo, no es un juicio negativo: pantomimas (muy conscientes de serlo) las habían sido ya en los sesenta los yippies y gran parte del Mayo francés.

En efecto: en una sociedad mediatizada, la única manera de hacer llegar los mensajes al gran público es a través del ejercicio público de la pantomima, la tragedia, la comedia: el drama. Cuando la actuación mueve a la empatía con quien re-presenta el discurso; hay tragedia. Cuando mueve a la risa de lo ridículo, a la crisis y por tanto a la reflexión a posteriori hablamos de comedia.

Cuando la actuación lleva al tedio —o al crimen hablamos de alta política.

Es hora de decirlo: la política contemporánea en su ejercicio es una pantomima en sí. El que obtiene la atención del público, el que los convence de su actuación es quien habrá de conseguir su adhesión. La política no se trata tanto de convencer a la razón del votante, sino en dar una apariencia que sea atractiva para él.

Empero, para la mayoría de la sociedad moderna, esta apariencia debe ser la mediocridad burguesa, la grisura. Enamorados de la "seriedad", desconfiamos del drama (aunque razones no faltan: la histeria melodramática fue —es— seña de la política ideológica venida del siglo XX, fascismo y comunismo "real" incluidos). Desconfiamos todavía más de la comedia: un comediante no dice la verdad, engaña, debe tener propósitos ocultos. Incapaces de la risa, los modernos somos incapaces, por tanto, de crítica.

Preferimos la medianía burguesa: el voto. Preferimos un Mesías político de cabello engominado o que diga que defenderá el petróleo (¿o era el peso?) como un perro. El Estado es eterno.


Los discursos del EZLN más que sus grandes comunicados recurrieron a un gran sentido de la teatralidad. En momentos tomaron elementos de la tragedia (la empatía permite conectar con el público), pero fue la comedia la que permitió a gran parte de la población identificar ese sentimiento de agravio y sobre todo, de indignación, ante los políticos. En otras palabras, la mayoría de la población no se identificó (o no tanto) con los indígenas chiapanecos, sino que la comedia hizo que todos criticaran desde cierto punto de vista (a veces cursi, a veces patético) el actuar del gobierno.

En algunas entrevistas, Marcos, vocero interminable y figura central —lástima— del movimiento, ha comentado cómo el curso de los hechos fue transformando a la guerrilla de un experimento marxista concebido con precipitación a algo totalmente distinto.

¿Qué permitió la figura de Marcos —histrión principal— al EZLN? Le permitió sobrevivir, por supuesto.

Nos guste o no, la figura de Marcos (que curiosamente, nunca me atrapó, ni siquiera en esos años de furor dizque revolucionario) fue la que le dio —valga la paradoja enmascarada— un rostro al EZLN. Fijó la atención del mundo en un mito (o la sombra de un mito) que parecía haber desaparecido del mundo. Sin ella, el asunto hubiera terminado con una masacre en manos del ejército. Pero la atención hubiese convertido tal movimiento castrense en un desastre para la administración priista, tanto a nivel nacional, como —sobre todo— internacional.

La táctica seguida por diversos gobiernos fue primero (y siempre), la guerra a baja escala; los paramilitares, los rumores (que continúan). Finalmente, el desgaste y el olvido.

Y eso fue posible por uno de los errores del EZLN; precisamente el que les dio la primera fortaleza: al haber dependido tanto de un rostro y al moverse en el mundo moderno (un mundo fugaz, un universo de la imagen y el consumo); ese rostro iba a ser olvidado. México no tiene memoria; el mundo está pendiente sólo del ahora.

El burgués no sabe reír.

No apoyé al EZLN. Nunca fui a ninguna marcha. Los que apoyaban al EZLN me parecieron —pasado mi furor adolescente— primero, oportunistas políticos; luego, muchachos un tanto desorientados, un tanto nacionalistas trasnochados, algunos de hecho nazis de utilería. Me parecieron; me lo parecen. Los mismos que parecen sorprendidos porque las comunidades autónomas "puedan hacerlo solas". Los mismos, muchos de ellos, que hoy aseveran que "tiene que haber alguien detrás".




Recuerdo muy bien los baños de la preparatoria donde alguien invocaba a Tláloc para derramar la sangre de los extranjeros.

En verdad el EZLN nunca ha dejado el discurso nacionalista (un invento  occidental del siglo XIX), pero sería una mentira señalar en el movimiento de forma oficial visos de fascismo, de racismo o integrismo (si en muchos de sus seguidores, principalmente urbanos de clase media, los que más fácilmente adoptan discursos fascistas).


Pero el gran acierto que a lo largo de los años ha tenido el EZLN: su discurso a pesar de jugar con maquillaje de política supo insertar aun detrás del patetismo, el chiste, la risotada. Fuera de la rigidez de las ideologías, se mantuvieron abiertos a cualquier discurso de rebelión. Una suerte de anarquismo instintivo. El anarquismo o libertarismo no le viene a los zapatistas de origen, sino que fueron acercándose a él lentamente (habría que decir que el zapatismo original también tuvo ciertos visos anarquistas). Un anarquismo no premeditado.

Sin embargo, no se puede definir al neozapatismo como un movimiento anarquista ni libertario enteramente: no puede entrar en los moldes normales del pensamiento político del siglo XX. Eso provocó, y provoca, suspicacias de los comunistas  trasnochados (que todavía hay), de los anarquistas aferrados (quienes, por cierto, también se distanciaron de los zapatistas originales, por su catolicismo) y, por supuesto, por la política tradicional. No es extraño que los izquierdistas —sobre todo los que todavía creen en el Estado nacional sean los más dados a la paranoia en relación al EZLN. Ellos son quienes los acusan de vendidos al PRI (supongo que les pagaron con muertos); de narcos (aunque no dicen nada de las FARC), de "payasos" (pero no de su circo). Que no se explican cómo siguen viviendo si nadie los ayuda. A mí más inexplicable me parece cómo siguen viviendo los campesinos dentro de un estado nacional, que no les da nada —o casi nada— y les quita mucho: su libertad, su organización política, su organización religiosa; que degrada su cultura. ¿Qué sólo los de la ciudad pueden juntar un dinero para comprar maquinaria, materiales? ¿No saben lo que es el tequio?

Otra vez: la burguesía no sabe reír. Y carece de imaginación.

Marcos comenzó como un rostro, se convirtió en un lastre (pero, ¿cómo prescindir de él?).



El EZLN comenzó como una guerrilla maoísta. Decepcionó a los profesionales de la violencia; decepcionó a los expertos en la política que buscaban una negociación.

Decepcionó a las cámaras, que ya no tienen de quién hablar.

Pero preludió algo. Y eso es lo que le aplaudo. No su nacionalismo ni su discurso inicial; no algunas de sus tácticas. Ni siquiera aplaudo (tal vez debería) su gran manejo de los medios.

Aplaudo que aunque no lo mencionen, aunque muchas personas ni siquiera quieran pensarlo, representan la posibilidad de hacer algo distinto.

Cherán sería imposible sin el EZLN, o mejor dicho, sin las Juntas de buen gobierno, las leyes indígenas (aun sesgadas y que no se palican) no existirían.


No existirían los Caracoles. El experimento más valiente desde la Comuna de Morelos.

No existiríamos nosotros.

No soy neozapatista.  Nunca he confiado en Marcos como figura mediática. Abomino del nacionalismo y de las coordenadas que manejan en sus comunicados: izquierda, derecha.

Pero creo en lo que representan. No puedo decir con certeza que confío en sus métodos, pero creo en la acción comunitaria; creo en "un mundo donde quepan muchos mundos", donde quepan todos los mundos.

Donde quepamos todos.




César Alain Cajero Sánchez

Letras y niños



En el reciente número de Letras libres varios autores escriben sobre la literatura infantil. Yo meto mi cuchara para dialogar con ellos.


Tal vez no sea el más adecuado para hablar de literatura infantil. Me declaro un lector tardío de esos textos, o de lo que, me dicen, son esos textos. Tenía más de veinte cuando leí Las aventuras de Tom Sawyer y Las aventuras de Huckleberry Finn; al menos veinticinco cuando llegó a mis manos El libro de la selva y unos treinta para Peter Pan. Sólo leí en ese entonces uno de la colección infantil (y con esto quiero decir, de verdad escrito "para niños") de Alfaguara si no mal recuerdo —quien en su colección "juvenil" tiene algunos títulos tremendos, Traven por decir algo.

Yo empecé leyendo cuentos de Jerome Bixby e Isaac Asimov. Luego, Borges, Cortázar y García Márquez. Papá nos leía por las noches La Odisea, La Ilíada y una versión suya de Kalimán (en serio).

¿Qué le gusta leer a un niño? Lo ignoro, pero como creo recordar que yo lo fui y que en realidad no he cambiado mucho desde entonces, contestaré. No creo que haya un tipo exclusivo de niño ni una literatura que sea exclusiva para esa edad. Porque a mí me gustaba digamos Las aventuras de Fly y a otros les latían los Supercampeones; yo detesté desde siempre las canciones en las películas de Disney mientras otros se paraban a bailar con ellas. Para acabar, mientras a mí me gustaba Super Mario bros 3, me dormía Contra o Street fighter.

Al mismo tiempo, aunque se edita a Kipling, Verne, Twain o hasta Huxley dentro de colecciones "infantiles" o "juveniles" (otra categoría de edad, señores, así no sea tan usada ni tan redituable) por lo que he leído (que no es mucho), ninguno de ellos escribió ninguno de sus libros pensando en niños. También puedo decir que muchos títulos que, me dicen, son para niños (lo sospechaba, por sus dibujos) me parecen más intensos, profundos y que tocan temas más complejos que una gran parte —la mala— de la literatura. Bueno, cómics como Kingdom comes, Civil war o House of M me parecen cualquier cosa menos "infantiles"... o "adultos". Me parecen obras muy valiosas y es todo.

Lo que sí creo que es posible percibir es una interpretación distinta, o mejor dicho: un nivel de lectura distinto (no mejor, sólo distinto). Como sabemos, cada lectura de un libro es distinta porque nosotros somos diferentes también. Así, cuando leí a Borges en primaria nunca percibí toda la idea metafísica ni los juegos con las realidades. Fueron historias de aventuras y es todo.

De la misma manera, hoy leo Peter pan y me parece una historia tremendamente lúgubre. Un escrito que condena a la rutina y al tedio a toda la vida adulta. El principito, a quien uno de los autores que escribieron para LL califica de cursi e insoportable, no me parece una lectura infantil y su único problema es el llevar un prólogo en el que lo destina a los niños.

¿El principito es una obra nostálgica? Por supuesto, pero usa la voz infantil y un punto de vista infantil para criticar al universo de los adultos. Es la historia del traje nuevo del emperador escrita con el estilo despiadado y sin censuras de un niño. Al mismo tiempo es una obra de amor y muerte.

¿Es cursi El principito? Sí, si piensas que toda obra que linde con los sentimientos (que son todas) es cursi. Como dijo Neruda: quien huye de la cursilería cae en el hielo.

Pero eso no es un gran problema en realidad: Cien años de soledad es cursi, ¿Por quién doblan las campanas? es cursi; En busca del tiempo perdido es una cursilería de lo peor. 

De todas ellas, sólo me atrevería a decir que la que me parece poco apta para un niño (porque a mí me habría dormido) es En busca del tiempo perdido. Pero no por su cursilería (si le hemos de llamar así, a algunos les gusta denigrar sus sentimientos que ni qué), simple y sencillamente porque no pasa nada en ella.

Y ahí está el quid del asunto. Como dije antes: existen diferentes niveles interpretativos: un adulto no percibirá ni apreciará lo mismo que un niño y viceversa. Cuando un niño lee Cien años de soledad (recuerdo que hace tiempo contesté a alguien que dijo que en el futuro será una obra infantil, ¡mejor que mejor!) lo hace como a una historia de aventuras; cuando un adulto lo hace, al mismo tiempo lee —y aprecia— la desolación contenida en esta obra, donde el tiempo gira para desvanecerse. Otros apreciarán los juegos entre la realidad y la fantasía, la realidad como una creación fantástica, que tanto deben a Borges. En fin, hay muchos puntos de vista porque cada persona (y sólo tal vez, cada grupo de edad) busca cosas distintas. El texto ya las contiene todas si vale la pena de ser leído.

Ahora, en mi caso, lo que apreciaba de niño eran las aventuras, la fantasía. Lugares distintos donde el séptimo hijo de la dinastía Kali se encontrase con una horda de seres salidos de la mente de científicos adeptos a la eugenesia; héroes que iban a los infiernos en busca de un adivino ciego; baobabs gigantescos creciendo en planetas que pueden pasarse de salto en salto (como las islas del mar Egeo); hombres que en lo íntimo de sus hogares vomitan conejitos o encuentran un punto en el que convergen todos los tiempos y lugares.

En otra palabra, buscaba (sigo buscando en algunas de mis lecturas) el arte de la narración. Vivir este mundo y otro; vivir en este mundo todos los mundos. Este mundo que es todos los mundos.

Fue mucho después que aprecié la belleza de las palabras, el sonido de las frases. Claro que ya había indicios de ellos en las canciones, en las adivinanzas y en algunas rimas alegres por aquí y por allá. Pero, bueno, ello no pasaba de un gusto pasajero frente al horror y fascinación del mundo que Anthony había desaparecido al pensarlo y en el que todo debía suceder como lo pensaba; o a la nave espacial donde nadie sabía qué cosa era real y qué no. O a ese otro mundo, nuestro mundo, que era un hombre que se había muerto de miedo en un pueblo de difuntos.

Claro, eso y más estaba presente en esos textos (si no, no los seguiría leyendo hoy, como muchas otras cosas he dejado), ahí estaba por ejemplo "El niño vio una mujer arrodillada, con los brazos en cruz, en un espacio limpio, misteriosamente vedado a la estampida. Allí lo puso José Arcadio Segundo, en el instante de derrumbarse con la cara bañada en sangre, antes de que el tropel colosal arrasara con el espacio vacío, con la mujer arrodillada, con la luz del alto cielo de sequía, y con el puto mundo donde Úrsula Iguarán había vendido tantos animalitos de caramelo".



Fue hasta mucho después que me di cuenta de que sin esas palabras esos mundos no serían posibles. Y lo simples que parecían entonces algunos otros libros que me habían gustado (aunque gustado menos, eso sí: alguien por ahí me dio uno o dos libros "infantiles", que aunque me parecen agradables, nunca me gustaron tanto).


Y fue mucho, pero todavía mucho después que me gustaron lo que el citado escritor llama "cursilerías". De entonces mi furor por la poesía pues conjuntaba conjunta mis recién adquiridas pasiones por la creación verbal y por lo que en un libro llamo la identificación del pathos entre la voz lírica y el lector. Lo que no es más que decir que cuando lees un poema (una cursilería, claro) descubres lo que sientes: lo re-vives y al mismo tiempo lo creas, re-creas. Algo que, lamentablemente hay que decirlo, no ocurre de la misma manera con la narrativa, o al menos no de manera tan rotunda (sin con esto asignar categorías de valor).


Sobre el "mensaje" que te da un libro, la dichosa "lección", pues creo que en realidad sí lo tienen, pues cada libro es como una vida. Y cada vida es un camino. Ahora, lo que signifique ese camino, no lo sabe sino el que lo ha transitado. Por eso abomino de la moralina y los adoctrinamientos.

Todo esto no me importaba de niño en los libros que leía. Pero ya estaba presente.


¿Es El principito un libro cursi? Probablemente. Tan cursi como un poema de Neruda o de Paz o de Vallejo. ¿Es una creación "poco auténtica"? Bueno, aunque desconfío de medir "autenticidades", vamos a seguir a Wilde y entonces diremos que es tan "poco auténtico" como El mago de Oz, "Tlon Uqbar, Orbis tertius", El viento en los sauces o "El fantasma de Canterville".

Comprendo la dificultad de que a un niño le guste la poesía: ¿qué interés puede tener para él un poema de amor o de muerte?, ¿qué la nostalgia, el tiempo o la soledad? También comprendo que se canse con lecturas como En busca del tiempo perdido. No es apta para él (tal vez tampoco para mí, que creo que la luna se toma a cucharadas) porque él quiere ver cosas que pasan.

La poesía épica, sí. Claro. En ella los héroes viven aventuras extraordinarias, todo es furor. Los cómics y mangas bien elaborados son restructuraciones de esos mitos que todos, tanto niños como adultos necesitamos. Los necesitamos como necesitamos poesía, cuentos, leyendas, sueños, tierra y agua. Son reales: también la verdad se inventa.

No creo que haya literatura infantil ni adulta, tampoco creo que haya una literatura femenina o masculina o gay o lo que sea.

La literatura —el arte— es una magia que a todos nos alcanza. Todos la viven, cada uno la vive de forma distinta. Como al mundo.




César Alain Cajero Sánchez


Ah, yo no propongo ninguna hoguera purificadora,
creo que eso ya lo habían pensado unos señores alemanes.
Ni siquiera para obras de autosuperación que esas sí que
ni dónde buscarles. También odio la moralina.
Ciudades




De todo el tiempo en que los seres humanos hemos vivido en este planeta, sólo desde hace 6,000 años hemos construido ciudades.


Para hacer una idea, si el tiempo total de presencia humana fuese representado por un día que empieza a las 6 de la mañana y termina a las 10 de la noche, las ciudades aparecerían a eso de las 9:35. Justo a tiempo para que nos lavemos los dientes y digamos nuestras oraciones como niños buenos.


Cómo iniciaron las ciudades, no es un tema que vaya a abordar aquí. No hay un consenso al respecto, salvo que sin la Revolución neolítica, hubiera sido imposible su aparición. También es importante anotar que con las ciudades nace también la división y estratificación del trabajo; el nacimiento del Estado, las hambrunas, las epidemias a larga escala y la guerra tal como la concebimos.

Algunos entusiastas de las urbes señalan que también nacieron las ciencias y el arte. No es verdad. La ciencia moderna nace mucho después: en la Ilustración, mientras que las técnicas ya eran practicadas quizá desde el comienzo de la existencia humana. Lo mismo puede decirse del arte y la religión. Aunque debo decir que lo que sí nace con la ciudad es el concepto de una Iglesia.

A despecho de esto, es evidente que las ciudades permitieron el intercambio de experiencias, conocimientos, ideas y mitos de donde nació la Filosofía propiamente dicha y el mundo humano tal como lo concebimos. Es decir, con las ciudades nace la crítica. No me refiero a que antes de esto no existieran las preguntas filosóficas (la religión, la ciencia/técnica y el arte son otras formas de responder a esas heridas), sino a que el encuentro entre esas distintas respuestas llevó a su discusión y crítica.

En tanto que, sin total razón, creo yo, se ha asociado la palabra "civilización" con las ciudades. Indudablemente sin la ciudad, la civilización como la conocemos sería imposible, pero de ahí a establecer con ello un "progreso" o una valoración respecto a las sociedades pre-urbanas creo que hay una gran distancia. No hay forma de medir el "progreso" de una sociedad respecto a otra en esos términos. Además de que, como ya señalé, la vida en las urbes resuelve algunos problemas, pero crea otros.



Hoy, ante los nuevos peligros (además de los señalados) a los que nos hemos visto arrastrados por nuestro estilo de vida, muy especialmente la degradación ambiental y la alienación contemporánea, hay quienes señalan que la solución es precisamente la vida urbana.

Sus razones estriban en que para evitar el gasto extra de energía en gasolina, infraestructura e inevitable deterioro de los tramos intermedios que representan los viajes desde la periferia a las ciudades, las comunidades rurales deben de ser integradas a las grandes urbes. Ya que el modelo de descentralización ha sido un fracaso en tanto representa un despilfarro de energía en pos de un sueño de abundancia, es evidente que es en las ciudades donde se puede implementar un plan integral de reciclamiento, aprovechamiento del espacio y rendimiento neto de la energía. Asimismo, con la tecnología actual, el campo está casi automatizado, así que la alimentación está asegurada sin necesidad de tener una gran población rural que, de la misma manera, podrá acceder a las posibilidades culturales, de comunicación y de confort propias de las grandes urbes. Por otra parte, el uso de azoteas verdes y jardines de horticultura comunitarios relajará el impacto que ejercemos sobre el campo, el cual podrá ser sometido a un plan de recuperamiento del ecosistema natural.

Respecto a los problemas psicológicos como la alienación y la depresión, se señala que según las estadísticas, éstas afecciones son más propias de las comunidades pequeñas descentralizadas (donde, por ejemplo, los casos de suicidio o de crímenes de asesinos masivos tienden a concentrarse). Esto se debe al escaso margen de comunicación y al aislamiento en que viven las personas en este tipo de lugares. En la ciudad, por la diversificación y la pluralidad de intereses, es mucho más difícil el aislamiento. En otras palabras, por las propias características de la especie humana (sociabilidad, necesidad de expresión e individualidad dentro de los márgenes de un conjunto social), es la ciudad su hábitat "natural" por decirlo así.

Discrepo de algunas de sus conclusiones por la sencilla razón de que el modelo urbano en que piensan es el propio de los países nórdicos (donde, por cierto, no existen megaciudades como Los Ángeles, México o Tokyo), mientras que su idea de una comunidad "descentralizada" son los suburbios de E.U.

Ni una ni otra realidad son aplicables en el 90% de las sociedades del mundo.

El gasto de energía fósil usado al trasladar a los trabajadores de sus casas en los suburbios a la ciudad donde están sus fuentes de empleo es indudablemente un problema muy grande y con probabilidad, junto con la generación de energía eléctrica, uno de los focos de contaminación más grandes (y más si tomamos en cuenta el desperdicio causado por las vías de comunicación lentas y congestionadas.

Empero, el mayor de estos problemas se da en el modelo norteamericano de suburbios: zonas aledañas a las grandes ciudades, donde los trabajadores viven una fantasía de vida rural, lejos de la problemática citadina, su ritmo a veces demencial y dentro de un universo "cerrado" donde sus hijos crecen.

Ese modelo es insostenible porque otra de las mismas fantasías norteamericanas es la del automóvil. Para trasladarse a sus centros de trabajo, los norteamericanos de los suburbios (esencialmente blancos de clase media) no hacen uso de los transportes masivos, sino que deben sufrir las congestionadas vías de comunicación. Un ejemplo claro del desperdicio de energía.

Sin embargo, dentro de las ciudades —en particular de las megaciudades— el transporte es también un problema. El promedio de tiempo que un habitante del D.F. tarda en llegar a su trabajo va de los 40 minutos a la hora y media. Además, por la propia inercia de la cultura moderna, mucho de ese transporte se da en autos particulares. Creo que no es necesario señalar los congestionamientos en ciudades como Bombay, Nueva York o México. Los transportes masivos son populares en las ciudades del tercer mundo y en algunas urbes pequeñas, pero en relación con la población total son poco utilizadas o sus capacidades se han visto rebasadas por el crecimiento demográfico.

De la misma forma, en efecto, la centralización de servicios de una ciudad y su propia inercia hace que en ella sea más fácil realizar planes a gran escala de reciclaje, aprovechamiento de aguas y demás estrategias. Sin embargo, estos instrumentos en su mayoría sirven para paliar las necesidades y problemas generados por el estilo de vida citadino, no para remediar lo ya degradado.

En otras palabras: la "solución" que representa la concentración urbana es cierta, pero únicamente desde la óptica occidental y capitalista, que prefiere el suicidio lento a cambiar su miserable forma de vida. Por supuesto, dentro de los estrechos límites del mundo moderno y su ideología, la única opción es ésta. Es, además, un paso más en la concentración del poderío económico y político.

La ciudad nació junto al estado y uno de sus posibles orígenes fue aportar un centro para el intercambio comercial. Nuestra civilización, que ha llevado a uno de sus extremos el poderío estatal y el del mercado, ve con natural agrado la superurbanización. Una solución que lleva al Estado perfecto soñado por Hegel.

La alienación, como bien advierte Hegel mismo, es causada por la escisión entre el hombre y el mundo. Entre el hombre y su objeto de deseo/repulsión. En efecto, las ciudades parecen un remedio patente a los males del hombre, a su duda y su crisis por haber nacido.

Sin embargo, esta solución dista de la pregonada por los entusiastas del "hiperdesarrollo" y la "comunidad virtual global". Las tecnologías de la información no permiten mejor que un libro, un periódico, o simplemente el trato diario, la participación social. En más de un sentido, la sociedad moderna está más fragmentada que nunca dado que la gran cantidad de información y opciones presente hace que nunca sea necesario profundizar en un sólo tema ni en una propuesta. Asimismo, es posible desentenderse de opiniones contrarias a las nuestras con simplemente dar un click. No hay confrontación ni discusión seria en internet ni en ninguna parte de las urbes modernas. La posibilidad del diálogo existía en las ciudades de la antigüedad dado que había un espacio común y un interés que nosotros, acostumbrados a la sobreexposición de "ofertas culturales" (con todo el discurso mercadotécnico de la palabra), somos incapaces de entender.

No, la solución que proporciona la vida urbana es la del anonimato. La pérdida de la individualidad en la masa anónima. La alienación se ha completado y la crisis ya es imposible pues no hay ya "yo". La absorción del individuo por el Estado, el mercado o simplemente la "civilización".

En efecto, a diferencia de las sociedades animales más perfectas, el problema del humano como especie es el apego al "yo" y a la individualidad. Es ella la que hace que nuestras civilizaciones sean al mismo tiempo tan variadas y tan frágiles. No mienten ni Hegel ni Marx cuando predicen que en el Estado perfecto la alienación es imposible: es imposible porque toda huella de invectiva o crítica es inexistente. El hombre se convierte en una pieza más de una maquinaria.

Ignoro si hemos dado ese paso o si siquiera debemos darlo. Eficiente sí es. Aunque dado nuestro número e impulsos (naturales o culturales, no es este espacio para debatirlo), me parece que sólo lleva a la catástrofe.

Fuera de ese magnífico escenario, la alienación del ser humano en las ciudades no es menor que en el campo: es tan "normal" que lleva a olvidarse. Una alienación colectiva, que no se presenta en forma de crisis personales, sino en vidas grises y automáticas que de repente se desploman. En efecto, el habitante de las ciudades raramente recurrirá a la violencia explosiva, sino a una más discreta y "entendible". Como ha perdido contacto con su medio social (no hay sociedades bien arraigadas en la vida urbana), familiar (las familias tienden a desintegrarse), no se rebela contra él. Suele atacarse a sí mismo (único centro de su interés) o a sus vecinos inmediatos en formas quizá más sutiles, pero no por ello menos ofensivas.

Ello por no mencionar que la supuesta abundancia en la vida citadina es una falacia. Todos conocemos que las grandes urbes están llenas de parias que hemos llamado "trabajadores". No el proletariado de la teoría marxista clásica; esas anónimas masas de subempleados que apenas sobreviven ya sea de limosnas, hurtos o pequeños trabajos en el comercio informal.

Vean las condiciones de sus viviendas, de su medio ambiente. ¿Es esa la solución que pregonan?

En efecto, la idea de los suburbios estadounidenses está desfasada. Pero para los "geniales" expertos (seguramente estadounidenses), no existe otra forma de entender la vida fuera de las ciudades. Un suburbio no es un pueblo y éste no es una comunidad. Hay muchas formas de entender la vida en el campo y muchas formas de atender sus necesidades sin dar soluciones faraónicas y estatales que provocan más problemas que los que resuelven. No hay necesidad de manejar todo desde el estado, pues se pueden hacer proyectos a escala regional, con participación y voto de los habitantes.

Un ejemplo de esto lo veo con el querido tío Eruviel quien promete mucho alimento con la Reforma energética pues con ella habrán muchos fertilizantes. Una más de las propuestas faraónicas para el campo mexicano (que pretenden hacer a todas las localidades campesinas, espejos del sistema —patentemente ineficiente — norteamericano. La idea de los gobernantes mexicanos al parecer sigue planteando la "modernización" a través de la Revolución verde, la maquinaria, el sistema de riego y, probablemente, la semilla transgénica. Todas estas, soluciones que han sido cuestionadas no sólo en nuestros países, sino en los mismos países capitalistas.

Nada sobre el desarrollo del campo a través de técnicas verdes (que deben ser desarrolladas y mantenidas regionalmente), probablemente porque supone más trabajo/hombre y menos inversión de energía fósil (y mientras menos inversión fósil a través del estado, menos control económico y político sobre la población).

En fin, que el tema da para mucho. Sigamos en otra ocasión.




César Alain Cajero Sánchez


domingo, 1 de diciembre de 2013

Invocar a los dioses



[...] Nada les dejo sino este justificado asombro;
este fuego para acabar con todo
–oh mujer, oh cuerpo mío que desea-
este asombro como el fuego del crepúsculo;
                                                 el mar y el cielo
                                           devastando el horizonte.

"Testamento", Yo mero


Usaba entonces una camiseta del último disco de los Smashing pumpkins y escuchaba en mis walkman “Paranoid android”.

Mi madre se reunía cada semana en un grupo católico que leía la Biblia, la comentaba y se daba golpes de pecho. Yo y mi hermano espiábamos divertidos todo el proceso. Nos subíamos en un sillón y detrás de las cortinas hacíamos caricaturas de mochos y beatas en trance.

Debimos ver mejor sobre que sillón nos subíamos porque la polilla y los tamales hicieron su efecto y caímos un día estruendosamente al suelo. Tuvimos que arreglar el estropicio y etcétera.

Ese etcétera significó ir rigurosamente a dichas reuniones.

Normalmente debíamos hablar y comentar, así que sintiéndome tristetristetriste porque mi mamá me había regañado, procedí a alegar. Una señora dijo que debía ser sacerdote (años antes, un tío de esos católicos de los que ya no hay soñaba con meterme al seminario). Mi mamá dijo que no, que yo era un hereje y un descreído (aunque los descreídos no pueden ser herejes; mi madre no era muy ducha en teología).

Es verdad. Como todos, me burlé de la religión, me declaré ateo.

Sin embargo.

En los poemas que escribí hace unos años aparecían muchas menciones a los dioses.
Alguna vez Huberto Batis en clase me preguntó que si hablaba de Tláloc. No supe qué responder.

Y no, claro que no hablaba de Tláloc. Ni de Jesucristo. Ni de Pachamama. Ni de Krishna. ¿De quién hablaba?

Es común que sienta un dolor en el hígado cuando voy en el camión y me toca ir junto a hombres “religiosos”. Hace unos días tan solo un señor decía que los guatemaltecos tienen pero rete harto éxito en sus ranchos y que se les da mucha cosecha porque ellos son “del evangelio”.

Una señora, copete antigravedad, falda negra, asentía mientras me convencía de que si me acerco a Dios me dejará de doler la cabeza.

Lo malo es que más que dolor de cabeza, era que reprimía la risa porque me imaginé qué pensaría si le pregunto si también por ser “del evangelio” Guatemala tiene hartas guerras genocidas en su cosecha que nunca se acaba (dice popular canción).

No, creo que no tengo religión y que aunque algunas me simpatizan más que otras, en general aquellas que me rodean (o sea las monoteístas) no me convencen. No creo ni en el judaísmo ni en el cristianismo ni en el Islam ni en el ateísmo ilustrado. No creo nada en el paraíso con muchas mujeres, velos vaporosos dejando al descubierto sus ombligos, ni tampoco en un señor enojón que se aparece como una nube o un fuego del desierto; menos en un universo que apareció de la nada porque sí y quién sabe cómo. Me simpatiza más eso del Dios que ama y aquello de hermana luna, hermano sol. Pero, chingaos, no siento todavía fe en Iglesias que han llegado a encubrir o provocar tanta sangre.

Las otras tradiciones religiosas me intrigan, percibo su belleza. Siva bailando al destruir al mundo y creándolo; el cuerpo del mundo como un hombre para algunos grupos africanos; los dueños del cerro que piden la lluvia.

Sion embargo uno no se convierte a esas religiones por decisión. Es una visión, una forma de vivir. Y aunque tienen sus pájaros, también por ahí están sus feroces galgos morados. Además, ni modo, algunas cosas no las acabo de creer (tampoco las dudo, simplemente no daría mi vida por ellas; mucho menos mataría).

¿De quién hablaba entonces?

A pesar del supuesto ateísmo adolescente que profesé, nunca me simpatizaron los ateos furibundos ni los predicadores positivistas. Los epítetos puestos a los creyentes: “idiotas”, “primitivos”, “pobres ignorantes” y demás me sonaban como muestra de lo peor de la intolerancia que decían atacar.

Por otra parte, mi abuela fue católica. Y no podía entender que hubiera no sólo quienes dijeran que ella iba a ir al infierno (otras religiones monoteístas), sino quien asegurará que ella, una de las personas más buenas que conocí, era una ignorante supersticiosa.

Claro que la bondad no se asocia con la inteligencia, pero quizá sí con la sabiduría.
Además estaban esos momentos.

Estaba esa navidad y el olor del musgo, las manos que limpiaban las figuras del dios niño, la virgen; estaba la noche iluminada y el reflejo en los ojos. Y una historia de esperanza.
También las flores y la danza; caminar en las calles iluminadas donde ninguna puerta se cerraba. Está esa tarde en que mi padre lloró frente a un féretro y cantaron. El fruto de la muerte y la vida.

No veo cómo negar esa belleza.

Ello no hace que los dogmas cristianos sean reales. Tampoco digo que la moral propugnada por esas iglesias (católica en el caso de mi abuela, aunque el catolicismo abarca desde el repugnante San Pablo hasta San Francisco de Asís) me parezca aceptable. En general la moral —toda moral—y los dogmas —todos los dogmas—me resultan francamente  inaceptables.

Por ello entiendo a aquellos que juzgan a las religiones por esto. Empero recuerdo que ellos mismos viven sujetos a una moral que, en general, consideran tan única e inamovible como la que critican. También les apunto que el ateísmo ni ha traído libertad ni belleza ni sabiduría ni nada de lo que pretenden. Las guerras no sólo no han desaparecido del mundo laico, sino que se han tornado peores. Y el nacionalismo ha matado más personas que todas las religiones juntas. Y olvidamos que no es lo mismo el taoísmo que el budismo ni el cristianismo que el Islam… y que todos ellos son distintos a esa sabiduría que tienen los pueblos sin tradición escrita.


¿Creo en los mitos? No. No creo a pies juntillas en ninguno de ellos. Pero me parece que por lógica no se puede prescindir de ellos. Nunca han apelado a la lógica y de hecho sus presupuestos indican que están fuera de ese terreno. No creo en ellos, pero tampoco puedo asegurar que no sucedieron. Suspendo el juicio.

Y aún si no fueran verdaderos fácticamente: en ellos se encuentran verdades más profundas que muchas de las ahora discutidas. El árbol de la ciencia, del conocimiento, del bien y el mal explica mejor que muchos filósofos las consecuencias de la conciencia. La idea de las eras cósmicas de la India explica de una manera palpable la inmensidad del tiempo y las ideas del mundo cíclico. Los dueños del cerro y los espíritus del bosque explican muy bien la relación entre todo el entorno ecológico y los peligros desatados al alterar los ecosistemas.

Más que eso, los mitos no son sólo frutos de la fantasía. O mejor dicho: la fantasía no es un adorno superfluo, sino una manera de aparecer la realidad. No otra manera, sino la manera de manifestarse de la realidad. No de la Verdad, pues la verdad para los occidentales es única y monolítica (es discurso, logos), sino la realidad en tanto presencia que se siente, se vive y, sí, se puede interpretar.

Creo que los mitos no son fruto del hombre, no creo que el hombre haya creado a los dioses. Los mitos están más allá del hombre. Son símbolos en su más pura acepción: formas de pasar de un mundo a otro. Son reales y sobrevivirán a la humanidad. El árbol, el rayo, el dios en la cueva, la serpiente del sueño; el dios sacrificado y vuelto a nacer. Todos preexisten. No dependen ni del hombre ni de su cultura.

¿Con esto aludo a las ideas de los esotéricos? No necesariamente.

Digo que preexisten, no que los seres humanos no los modelemos a partir de nuestra cultura. El ser humano re-significa todo lo que toca. Así, estas realidades serán conceptualizadas y reinterpretadas de forma distinta por cada grupo humano, según les sea significativo o no.

¿A qué me refiero entonces con los dioses?

Me refiero a esos instantes, a todo instante que nos es regalado, a esas experiencias gratuitas en donde somos conscientes de ser sólo una parte del todo. Comunión y soledad; terror y dicha. Todos lo hemos sentido alguna vez. Los dioses de las pequeñas cosas. Y también los dioses terribles de las grandes ocasiones, del sacrificio de una madre por su hijo, de los amores suicidas; de una mañana desnudos cubiertos de la luz matinal.

En todo están presentes los dioses, en todo está lo sagrado. Y una taza de café humeante merece ser santificada, merece ser agradecida.

Esa es la clave que hemos perdido con el mundo moderno y que los antiguos intuían. Cada uno con su propia manera de ver el mundo, con una significación distinta pues distintos eran las necesidades y las realidades presentadas a sus sentidos.

Qué mayor sabiduría que la de agradecer a la Tierra por darnos alimento y saber que u día también seremos parte del nacimiento de otro con nuestra vida. Qué mayor sabiduría que el baile que destruye y crea al universo. Qué mayor que la de la fraternidad divina que da su vida por amor.

¿Es verdad lo que dicen estas tradiciones? ¿Es verdad literalmente?. Lo ignoro. La verdad no me interesa: me interesa que hablan de algo que podemos sentir y negar lo que se siente es inútil. Para esas tradiciones la idea de la literalidad era extraña, además. Sólo occidente, orgulloso y vano, invento tal espejismo.




La lluvia debió ser santificada y Tláloc y las ondinas; los bosques y las hadas, los dueños del bosque, los genios de la selva; el amanecer y la Aurora; la noche y… Perpetuo canto. Respeto y alegría es lo que hemos olvidado.

La Ilustración, claro, vació al mundo. Pero la vida moderna, que no permite apreciar la belleza y el abismo también lo hizo. La locura se extendió: se vació de lo sagrado en ella. La locura, la verdadera locura, la llamamos civilización. Yo la llamo esclavitud. No tenemos tiempo para sentir y a los que sienten los llamamos locos, atrasados, inmorales.

¿No se parece mucho esto que digo y el arte? Por supuesto, pues el artista pretende multiplicar el mundo; repetirlo y recrearlo. Volverlo a hacer presente. El arte es imitación de la naturaleza en tanto recrea ese momento en que se nos presenta lo sagrado de cada instante.

La ciencia no es enemiga de lo sagrado: su enemigo es el conformismo, la enajenación. La ciencia, ella también, debería ser un vehículo del mundo, no de su desequilibrio en aras de un poder ficticio.

¿Que la ciencia destruye los mitos? No es verdad, si tomas al mito como una imagen del mundo (y no con ese vil sentido de “mentira”) pues la ciencia misma es una imagen —una más— del mundo. Demuestra mediante pruebas y errores, pero nombrar no es explicar y el mecanismo no explica al ser, como la botánica no muestra lo que es este árbol ni la anatomía lo que es este beso entre los cuerpos.

La ciencia explica sus mecanismos. ¡Maravilloso! Ello no rebaja sino enaltece al mundo; a lo sagrado.

Los dioses de todos los días, los dioses que hemos olvidado. Los que no nos atrevemos a cantar porque también son dolor y abismo.

Nadie dijo que la santidad era dulce.


César Alain Cajero Sánchez


Sobre la forma en la literatura  César A. Cajero Podemos definir en este momento y provisionalmente a la literatura como aquella...