Los caminos y la noche
Tal vez el Azar no sea
sino el nombre secreto del Destino. Por eso todos nacemos solos.
Sólo se puede luchar
contra los dioses cuando conocemos sus designios; cuando el futuro existe
irrevocablemente. El presente es un enigma constante. Para nosotros, todo es
fruto de un golpe de dados, de un juego sin sentido. Sólo cuando vemos atrás
queremos encontrar constantes, un fundamento a la vida. Si lo encontramos, ese
camino se convertirá en el propio. No nos equivocamos del todo al considerarlo
así: todo lo fortuito tiene algo de milagroso y todo lo predestinado es algo
que se va descubriendo. Sólo que ese camino no es único —el mismo para todos—,
sino una frase secreta que sólo adquiere significado para un hombre; un verso
lanzado a la distancia y que nadie conoce; que sólo uno vive.
Si algún sentido tiene esa
herida que llamamos tiempo, es inútil buscarlo en la historia del hombre. Ya
nos es imposible conocer a los oráculos y toda la soberbia del género humano no
lo librará de lo desconocido. Los intérpretes del futuro se contentan con
predecir glorias y catástrofes sin rostro: multitudes que nadie verá, pues la
multitud es ciega y muda.
Si algún sentido tiene esa
bella evocación que llamamos tiempo, es un absurdo querer descifrarlo. Sólo los
dioses son conscientes del porvenir y ello no los libra de ser arrastrados por
él. El conocimiento del futuro –si fuese posible- sólo aumentaría la angustia,
pues nada puede detener el agua de los amaneceres. Vivir es una condena y al
tiempo un milagro imprevisto.
Sólo el pasado nos parece
guardar algún sentido, eso se llama nostalgia. Por eso al mirar atrás creemos
hallar un plan secreto que parece guiar cada instante. Si fuésemos capaces de
contemplar cada vida, no sería difícil ver en ella un caos y al tiempo una
poderosa melodía que cambia. Todo es casual y todo es necesario.
Inútil resulta buscar una
razón de ser a ese inmenso coro. A esa representación enorme —hermosa y
terrible— no es posible oponerle los fantasmas de la salvación. Si esa razón
existiese, los simples hombres seríamos incapaces de verla en su totalidad; no
somos sino fragmentos errantes. Aun cuando un dios terrible nos permitiese ver
por un instante ese vértigo, sólo podríamos responder con las lágrimas, el
silencio y la carcajada del santo. No hay palabras para esa visión.
Quizá nuestro sino no sea
motivo de tristeza. El enigma nos arroja a la angustia, pero también nos brinda
lo inesperado. Un dolor vivo y una iluminación súbita —esas
sonrisas de la historia— son siempre preferibles a la estepa de ya saberlo
todo. El alma no conoce, siente. Y esa imagen es el asombro.
Los caminos van
encontrándose sin que nadie se dé cuenta. Lejos de la vista de los hombres va
formándose una vida, una patria, un deseo. Esa seguridad con que va fundándonos
el tiempo es nuestra historia, un discreto milagro que se entrelaza con otros
versos y notas hasta formar el asombro que llamamos mundo. La música es tan
secreta y poderosa que si la queremos descubrir sólo podremos percibir un
vértigo y un caos.
Azar es la palabra que da
nombre a lo inmotivado, a lo fortuito, a aquello que no tiene razón de ser.
Visto así, el universo no tiene motivo; ser es una casualidad insignificante
entre dos infinitos inertes.
Si el cosmos no es más que
una extravagancia de la nada, ¿qué podemos decir de nuestras vidas, de
cualquier vida? El tiempo se desgarra y descubrimos que no somos sino una
consecuencia aleatoria de casualidades. No hay principio, no hay redención, no
hay sentido. Nada existe sino como presuntuosa ilusión: sin tiempo ni forma.
El Destino es irrevocable,
es la angustia de saberse impotente y solo; el Azar es inexplicable,
incontrolable; es la desesperación. Nadie puede conocer el futuro sino como una
llaga que se forma al vivir; todo es cambio; el universo se derrumba sin
posibilidad de conocerlo: ni el Azar ni el Destino pueden explicarse.
Sin embargo, si el cosmos
se va derrumbando, también ese cambio indetenible forma nuevos mundos. El Azar
no se puede predecir y en un mundo de pequeños prodigios inesperados, todo es
posible. La melodía no puede detenerse y en cada momento aguarda el asombro.
Toda casualidad tiene algo de milagroso. Como no hay ningún plan detrás del
Azar, tampoco ninguna obligación. Todo va formándose por vez primera –y por
última ocasión- en un baile que en secreto se entreteje y que sin darnos cuenta
descubre al más antiguo canto. No hay motivo para la canción.
Tal vez el Azar no es sino
el nombre secreto del Destino. Todos nacemos solos y en nuestras pequeñas vidas
sufrimos el milagro. Al vivir, los
azares se entrelazan y forman aquello ignoto; lo que nunca conoceremos es esa
música inmotivada. Esa alegría y ese dolor que somos todos: hombres y bestias;
árboles que son dioses.
Hay fe y temor. Sólo en
esos momentos en que estamos entre el sueño y el despertar; entre la vigilia y
abrir los ojos a un cuerpo; sólo en esos momentos escuchamos, sentimos, una
lejana y poderosa música. Y nadie puede detener los amaneceres.
Ésta es la condena, ésta
la redención.
César Alain Cajero Sánchez