Literatura e
interpretación
César A. Cajero Sánchez
¿Qué
sucede en el caso de la literatura? Podríamos en un primer momento ubicarla en
lo que en la primera parte de este ensayo llamé “artes contemplativas”. En efecto:
concebimos la obra literaria como un todo integral que ha sido forjado por el autor y que
experimentamos pasivamente, que no tiene un "intérprete" visible.
Por
supuesto, en el arte literario sólo difícilmente podemos hablar de un
intérprete que actúe frente a un público, como en el caso de la música o la
danza. Hay, sin embargo, nexos ya muy evidentes con este tipo de artes. No es
necesario hablar del más obvio: el de la dramaturgia; está también la unión
intrínseca y casi indisoluble entre la lírica y la música, así como aquellas
historias que han servido como principio de diversas obras coreográficas.
Existe un continuo entre las diversas artes.
A
pesar de esto, podríamos decir que, sin tomar en consideración para este trabajo a los
cuentacuentos y a los declamadores, la literatura se entiende en los tiempos
modernos como un arte que se experimenta de manera individual, sin un intérprete
manifiesto.
Una
vez más es necesario recordar que esto es cierto sólo desde el punto de vista
más evidente. En el caso de la literatura —inclusive en la moderna, en una
cultura donde se privilegia al texto escrito—, sí debe haber alguien que “le dé
cuerpo y forma material a lo que no son más que indicaciones en un papel”.
Alguien que reviva esas palabras y las recree; las haga de nuevo presentes. Ese
alguien, por supuesto, es el lector.
Aunque
ya anteriormente hemos expuesto que tanto la arquitectura como las artes
plásticas y el cine requieren de una interpretación y recreación —dado que no
hay arte si no hay quien lo padezca[i]
—, en el caso de la literatura, la experiencia de esta recreación, la lectura,
es más consciente que en el caso de otras artes. No leemos como al pasar —o al
menos no es lo normal fuera de un contexto de lectura por obligación—; no
tomamos una obra literaria y leemos sus páginas por mero descuido. Siempre hay
ya una intención consciente de convertirnos si no en intérpretes (no usaríamos
esa palabra), sí en lectores.
El
lector de una obra literaria moderna, para serlo, debe ser también
necesariamente intérprete activo de la misma. Es decir, debe convertir los
signos escritos en palabras físicas y revivir esas palabras, recrearlas. No
puede ser tan sólo espectador ante la
obra artística. Esto es verdad en todo arte que es padecido (es decir, en todo
arte que es), pero podríamos decir
que, por las características de su evolución, la literatura es el puente en el
continuo entre artes como la arquitectura y la pintura, y aquellas como el
teatro y la música. Exige una lectura conscientemente activa, participativa.
Las
características de la lectura de una obra literaria, de su interpretación, no son distintas de las de otras formas artísticas.
Cada lectura recrea a las formas que de otra manera son únicamente signos en un
volumen. Para ello, esos signos se transforman en palabras, es decir, en ondas
sonoras que contienen con una carga semántica definida, que encierran un concepto
o enlazan de determinada manera conceptos. En cierto sentido, la literatura se
acerca de manera primaria a la música: también ella usa los sonidos de una
manera armónica (toda lengua hace uso de las armonías vocálicas) para expresar sensaciones,
sólo que la expresión sonora de la literatura es sólo vocálica, mucho más
restringida, y acotada por el sentido del lenguaje. Todo lenguaje encierra un
sentido conceptual, y la literatura no puede eludirlo (aunque sí jugar con él,
tenderle trampas, trascenderlo).
A
su vez, en lo que anteriormente señalé como una restricción de la literatura
frente a la música hay también una apertura de posibilidades. La palabra no
sólo abre la significación conceptual del ser humano: es su frontera. No hay
nada que el ser humano pueda pensar
fuera del lenguaje. Es a través de éste como nos apropiamos del mundo y creamos
sus imágenes. La literatura no sólo permite expresar sensaciones, sino también
aludir y reinventar al mundo al que ha dado forma ese lenguaje que es la
materia y creación de la misma literatura. Permite crear un mundo: darle forma
e imagen. Una característica que lo acerca a todo arte visual.
Esta
imagen, sin embargo, tiene un límite si lo comparamos frente a las artes
visuales: se trata de una recreación mental. Cuando las palabras de la
literatura aluden a una forma visual, ésta es absolutamente subjetiva. No hay
una forma física real. Podríamos decir que la imagen se ha vuelto concepto,
pero erraríamos: el concepto se distingue por la posibilidad de comunicarlo; es
razón. La imagen mental es sensual e intransferible.
En
el caso de la narrativa, donde la formación de imágenes es más palpable,
podemos tener un mínimo de acuerdo de lo que representa la imagen literaria,
precisamente el contenido de las palabras. Sin embargo, fuera de ello, no hay
un control acerca de lo que éstas despertarán en cada persona.
Esta
limitante respecto a las artes plásticas, de nuevo, es aprovechada porque
permite no sólo el juego con dicha subjetividad, sino por la posibilidad de
crear imágenes imposibles de expresar visualmente en nuestra realidad. Una
suerte de imágenes que descansan únicamente en el sonido: una recreación mental
de visión, sonido y sentido. Es el caso, en la poesía, de versos como “Sur la lampe qui s'allume/ Sur la lampe qui
s'éteint/ Sur mes maisons réunis/ J'écris ton nom”. Una vez más, la
literatura en este caso representa un continuo entre las distintas artes[ii].
Lo
que hace esto posible es que la palabra hablada, que es la materia del arte
literario, se manifiesta ante todo como un sonido armónico y, a la vez, ese
sonido remite a una realidad física, sensual o mental que experimentamos. La
palabra establece un sentido y expresa una sensación. Da forma a un mundo
mediante una imagen sonora (o al contrario: debido al mundo nace esa imagen
sonora, lo mismo da). La palabra no elude al concepto: lo integra. En la literatura
no se puede separar una cosa de la otra. No hay sentido sin sonido ni sonido
sin imagen.
Por
ello, cada elemento físico de la obra literaria —exactamente igual a lo que
pasa en la música, la pintura, la arquitectura o la danza— es insustituible.
Cada sílaba de la obra remite a una armonía sonora, ésta a una imagen, y ambas,
a una recreación mental que el lector realiza al reinterpretar el texto, es
decir, al leerlo. Como en toda realidad, esta lectura será personal e
inalienable, pero para que ésta nazca, debe existir una forma física: la
palabra, ese punto de origen de donde parten las distintas lecturas. Cada
palabra, cada sonido, la clave armónica que es el lenguaje.
No
es posible abstraerla[iii] pues el arte de la
palabra regresa a las fuentes del lenguaje, donde éste no disuelve la realidad
en un concepto: la hace presente.
Así
cada lectura es la re-presentación de una realidad, su creación.
[i] En
el sentido original de “padecer”, proveniente del pathos.
[ii]
Repetiré que esto no la hace ni mejor ni peor, sólo distinta. Las posibilidades
sonoras de la música son infinitamente más ricas, y la vivacidad de la imagen
plástica es muchísimo mayor.
[iii] Me
refiero a que no se puede abstraer el sentido sin perder a la obra como la
totalidad que es, no a que sea imposible y mucho menos a que esté prohibido.
Sin embargo, es importante recordar que esas abstracciones, no son sino un
acercamiento parcial (toda abstracción lo es, aunque tendemos a olvidarlo),
nunca algo más que ella.