Estremecimientos,
sacudidas; despertares
Tiene el amor feroces
galgos morados;
pero también sus mieses,
también sus pájaros.
galgos morados;
pero también sus mieses,
también sus pájaros.
José Gorostiza, Muerte sin fin
Los
momentos en que los habitantes de un Estado se organizan por sí mismos en pos
de un objetivo en común son excepcionales, pero no inusitados. Las
celebraciones y las desgracias reúnen a los seres humanos y no es extraño que
uno de estos momentos se convierta, de improviso, en el otro.
La
muerte de un niño, el bautizo de otro; la llegada de un vecino, la despedida de
otro; la enfermedad, el nacimiento; la muerte y la fiesta que termina en
llanto. Los momentos aciagos y aquellos en los que celebramos la existencia
reúnen al ser humano. Por un momento somos aquellos otros y las barreras en las
que vivimos encerrados caen.
En
estos días, ante una desgracia natural de una magnitud recordada tan sólo por algunas
de las generaciones vivas, vimos una muestra de empatía y solidaridad que ya
habíamos olvidado. Miles de jóvenes, adultos y ancianos, de hombres y mujeres,
de diferentes religiones y tendencias políticas, de distintos puntos de México,
de muy diferentes clases sociales, buscaron la manera de ayudar a quienes se
habían visto afectados de una u otra manera por los sismos del pasado mes. No
hubo violencia ni enfrentamientos. Fuera del oportunismo político de los
individuos de siempre y de contados engaños de otros, tanto conocidos como de caras
nuevas, fue una actuación ejemplar de los ciudadanos (menos lo fue del
gobierno).
Tras
varios días, la marea poco a poco regresa a su cauce habitual. No falta quien
culpe de esto a los villanos conocidos: el gobierno, los medios y, menos, a la
Iglesia y hasta la universidad salió involucrada por llamar a reanudar clases.
La UNAM por no “permitir” que continúen las brigadas pues la universidad sirve
más cuando no hay en ella clases, como todos sabemos; los medios porque
“distraen” a la gente (y la “gente” se deja distraer porque el que mucho
distrae buen distraidor será)… el gobierno porque… pues porque es culero (única
cosa en la que estoy de acuerdo) y planeó todo con ayuda de la Iglesia y, no
falta quien lo diga, los judíos (sólo faltan los nazis para hacer esto más
delirante).
Lamento,
como todos, que la actitud de cooperación espontánea y la hermandad instintiva
de estas semanas vaya desapareciendo y en su lugar aparezcan de nuevo las caras
de enojo, la búsqueda del beneficio personal y el tedio. Sin embargo, me parece
no menos que natural. Y, ni modo, la verdad no creo para nada lo de las
conjuras eclesiasticojudeomasónicogubernamentalcapitalistas, pero sí en la
naturaleza humana.
Y es
que este tipo de movimientos espontáneos en algún momento desaparecen. Recuerdo
ahora que hace muchos años, cuando creía en los movimientos sociales y en la
posibilidad del cambio a través de las multitudes, siempre en una forma
pacífica y solidaria, vi Miedo y asco en
Las Vegas donde, refiriéndose a sus recuerdos de aquellos años sesenta que
tanto admirábamos y evocábamos, aparecían las palabras:
Había locura en todas direcciones, a cualquier hora. Si no al otro lado de la Bahía, por Golden Gate arriba, o hacia abajo, de 101 a Los Altos o La Honda… en todas partes saltaban chispas. Había una fantástica sensación universal de que hiciésemos lo que hiciésemos era correcto, de que estábamos ganando…
Y esto, creo yo, fue el motivo…
aquella sensación de victoria inevitable sobre las fuerzas de lo Viejo y lo
Malo. No en un sentido malvado o militar; no necesitábamos eso. Nuestra energía
prevalecería sin más. No tenía ningún sentido luchar… ni por parte nuestra ni
por la de ellos. Teníamos todo el impulso; íbamos en la cresta de una ola alta
y maravillosa…
Así que, en fin, menos de cinco años
después, podías subir a un empinado cerro en Las Vegas y mirar al Oeste, y si
tenías vista suficiente, podías ver casi la línea que señalaba el nivel de
máximo alcance de las aguas… aquel sitio donde el oleaje había roto al fin y
había empezado a retroceder.
No es
por falta de coraje ni de entereza. La fiesta y el duelo no pueden durar para
siempre. Cuando esos momentos privilegiados de unión ajena a la clase gobernante
se mantienen hablamos de una revolución y de una rebelión. Pero las rebeliones,
tristemente, se dirigen, se apresuran, a convertirse en hecatombes, a
extinguirse o a petrificarse. Ese fue el destino de movimientos tan hermosos
como la Asamblea nacional y la Toma de la Bastilla; de la Comuna de París y la
contracultura de los sesenta; de la Revolución mexicana… Y es que el leninismo
tenía razón en algo: aquella rebelión que no cuente con líderes
(independientemente de su interpretación clasista), con una vanguardia, está condenada a quedarse en
un momento tan solo.
Las
rebeliones sociales populares se convierten rápidamente en turbas sin dirección
cuando no cuentan con líderes que las encaucen y las supediten a un fin fuera
de los objetivos más inmediatos. Esto, que es un principio básico de las
organizaciones y de la misma disciplina castrense, tiene dos causas.
La
primera se deriva de que el ser humano en una masa compacta se deja llevar por
los primeros impulsos que se le presentan. El animal hombre es un ser agresivo
y sectario. Los mismos instintos que lo impelen a la participación dentro de un
grupo lo llevan a acometer contra aquello que no esté dentro de aquel al que
pertenece; a satanizar todo lo que le sea ajeno e intentar purificarlo. Los asesinatos durante el Terror y los saqueos tras la
toma de la Alhóndiga de granaditas son un par de ejemplos. Se necesitó de la
intervención de muchas fuerzas y personalidades para aminorar estos desmanes (a
veces con éxito, a veces sin él).
La otra
causa es, en apariencia, contradictoria. El hecho de que todo grupo humano se
componga de multitud de individuos y el que cada uno de ellos tenga una idea
personal de lo que lo motiva y lo que busca hace que en un momento dado la
convergencia de objetivos se vaya desintegrando y que la alianza inicial quedé
abortada. Los líderes acallan la disidencia a través de la disciplina y con
ello mantienen la unión de los movimientos.
Es en
el momento de la desmoralización y de la pérdida del liderazgo en el que la
desintegración se ultima. Es el ejército insurgente tras la Batalla de las
cruces.
Lo
dicho hasta aquí no significa, empero, que celebre la existencia de líderes
capaces de convertir una rebelión en una revolución. Las revoluciones tal como
las conocemos terminan en dictaduras y las ideas, en doctrinas.
Los
líderes, al acaparar el poder, imponen sus opiniones. La disciplina implica la
obediencia a un criterio que se supone intachable, perfecto. La palabra del
líder es ley y no puede ser discutida so pena de el error. Y para una
disciplina revolucionaria, el error es el arma del enemigo; la disidencia,
fruto de la oposición. Todo lo que no es la Verdad es la mentira; la sevicia
que debe ser exterminada.
Los
seguidores de un líder deben de acallar no solo sus propias discrepancias y
opiniones, sino las de aquellos que, a su alrededor, externen dudas acerca de
la opinión de los líderes.
La
petrificación de las revoluciones e ideologías en dictaduras o en sistemas de
partido único no es sino fruto natural de la disciplina necesaria para la
existencia del movimiento sin que este se disgregue o termine en una turba sin
control. La diferencia entre una tiranía y un partido único solo estriba en el
número de participantes de la Verdad. La gran mayoría del pueblo sigue teniendo
como única misión el obedecer y ser feliz. La felicidad obligatoria.
En el
marxismo original, es verdad, no se habla de líderes y el resultado no es la
dictadura personal o de un partido, sino la dictadura del proletariado; del
pueblo que se gobierna a sí mismo. Sin embargo, esto no se logra debido a la
unión de libertades, sino que es una fatalidad inevitable. No es historia, sino
destino. El hombre, así pues, está atrapado en fuerzas que no puede controlar y
la felicidad no es impuesta por un individuo (contra el que es posible
rebelarse, sino por un silogismo; por la naturaleza misma).
¿Esto
lleva a la conclusión de que cualquier intento de cambiar al mundo está
condenado al fracaso?
En lo
absoluto. Lleva a concluir tan solo que hasta ahora hemos hecho todo mal.
No
creo en las masas sino en los individuos. Creo que hasta la persona que se ha
portado de la manera más obtusa lo hace por ignorancia, por incapacidad de dominar
los impulsos extremos y terribles del ser humano (los cuales no deben ser
extirpados, sino encauzados; ellos son nosotros).
La
conciencia que nos ha entregado al abismo, a sabernos mortales, es aliviada en
la fiesta y en el duelo, en ese sentimiento de ser uno con los otros. Esos
caminos no deben ser negados, pero tampoco debemos olvidar ese otro camino que
es el amor; el conocernos en los ojos de otro; en sus palabras. El amor es
sexo, es violencia, pero también es diálogo de almas.
Dialogar:
conocer lo que dice el otro, los otros. Dialogar y llegar a una idea que
podamos aprobar en libertad, sin negar las opiniones distintas, sino pactando
una alianza. No a través de la disciplina, sino del pacto de opiniones; de la
discusión (acalorada si se quiere, difícil, terrible, pero siempre menos que la
violencia). La discusión que es el encuentro de libertades.
Es en el
diálogo y la discusión donde encuentro la única manera de buscar un punto de
convergencia que no implique la tiranía de un líder ni el ciego movimiento de
los instintos. Crear entre todos, sin que ninguno sea callado ni reprimido. Con
la voz de todos; de todo.
Nos
decía nuestro maestro Huberto Batis: “todo lo sabemos entre todos”.
El
afán de dominio ha creado la tiranía y la violencia humana, pero también la
ciencia; la necesidad de ser reconocido por el otro lleva a los celos y al crimen,
pero también al amor. El lenguaje lleva a la quimera falaz y al abismo de la
conciencia, pero también esa conciencia ha hecho posible saber la alegría y la
risa; la quimera es también imaginación, creatividad, poesía.
2
de octubre del 2017
César
Alain Cajero Sánchez