martes, 2 de mayo de 2017

Adopte una Verdad (nunca antes fue más fácil)

Adopte una Verdad
(nunca antes fue más fácil)


Dejar de preocuparse por estar en lo correcto o en lo incorrecto —por los fastidiosos dilemas éticos y morales, por las interminables dudas, discusiones y angustias ante la realidad— es sencillo. Estar siempre en lo cierto es cosa al alcance de nuestras manos. No se necesita dinero ni de grandes momentos de reflexión (esto último es sanamente prescindible). Todo depende de estar dispuestos.

El primer paso es, como en todo proceso de la psicología pop, la aceptación: darse cuenta que años de estudio, discusión y diálogo no ha servido para acercarse ni un milímetro a la felicidad o la sabiduría es signo de madurez. Y de esa madurez puede surgir tanto el remedio prometido como la reincidencia en esa pérdida de tiempo que es la reflexión.

Una vez que se ha dado cuenta que todo ese tiempo leyendo y dialogando no ha servido de nada (y sabemos hoy que lo que no sirve ni cuenta ni vale la pena), basta con renunciar a la imaginación, la crítica o el análisis. Basta comprender que hay cosas que están más allá de toda diatriba y que de ellas depende nuestra salvación.

Busque, pues, en la calle una Verdad a su medida. Hay de muchas formas y tamaños. Las hay políticas, en su versión de traje, celular y empresariado o vestidas de popular manera, con loas al pueblo y a la honestidad incluidas. También las hay religiosas, ya en forma moderna, con cantos hipnóticos y loas hare krishna o en su versión de occidente, monoteísta tradicional, con oraciones, sabbaths (negros o blancos) o misas de gallo. Hay de todos los gustos: la estética, que hará que siempre esté con los poetas más chidos; la científica, que lo convencerá hablándole al oído que los demás son bien pendejos e ignorantes; la atea, con todo y martillo para demoler estatuas (menos la suya); la familiar, con cambios de pañales y fiestas en familia. Busque usted la que más le guste y acomode, con chapitas o desgreñada; con vestido retro o pantalón de mujer moderna y liberada.

Una vez ubicada su Verdad, adóptela con todo su ser. Límpiele los cachetes y arréglele la ropita. Si es necesario, hágale los cambios para acercarla a su estilo de vida. No se preocupe; las verdades son más fuertes de lo que parece y una que otra contradicción no le hará nada siempre que le respete su espacio y la adopte para protegerse de todo mal.

Muéstrela y presúmala de todas las maneras posibles. Cuente a sus amistades cómo descubrió su Verdad entre tantas otras que quisieron engañarlo; recuerde que es suya; que ahora le pertenece a usted y usted a ella. Cuente la historia de su relación: cómo su vida fue una ruina hasta antes de conocerla y adoptarla. Haga de su anécdota una poesía épica; préciese de ella y sáquele fotos. Hoy, con las redes sociales esta labor es más eficaz, evangélica y divertida que nunca.

No olvide que su relación con la Verdad no es de esas vulgares y exclusivas como la del amor. La Verdad se hace más bonita cuando la puede compartir con otros. Si consigue entre sus conocidos quien pueda adoptar también aquello que usted ha descubierto, pronto pasará horas de su vida en exaltada paz y esperanza. Podrá hacer reuniones en museos, mítines, iglesias o manifestaciones callejeras. Todo es válido para celebrar su alegría y mostrar al mundo que ha descubierto cómo alcanzar la plenitud. No se preocupe por aquellos que no comparten su devoción. Pronto descubrirá que conocerlos, lejos de cuestionar su Verdad, la afirman.

De la misma manera en que la Verdad que se comparte es más bonita; cuando esa Verdad encuentra entre la multitud a alguien que se atreva a confrontarla, resplandece con brillo propio. No se trata, por supuesto de volver a entrar al viejo juego fallido de la argumentación y la discusión, sino de salir en defensa de nuestra verdad con gritos e insultos si es necesario y si así lo indica nuestra pasión del momento. Nada más reconfortante que mirar por encima del hombro a quien no comparta nuestra felicidad. Esa persona es digna de nuestra lástima pues todavía no ha descubierto la Verdad que lo liberará de la duda. No ha encontrado una certeza que guíe su pensamiento.

No se preocupe de elaborar argumentos: las verdades vienen con un catálogo propio de encantadoras tautologías que nos sacan de cualquier apuro no sólo con bien, sino reafirmados en nuestras certezas. A las Verdades no es necesario defenderlas: una vez que las hemos encontrado, basta con recordar lo que son: la Verdad. Aquello que nos ha salvado de la duda y que no admite réplica.

Cuando alguien sea tan necio como para continuar importunando su creencia, no se preocupe; es sólo que todavía es incapaz de ver con claridad. Según sus convicciones, puede estar seguro que le falta sensibilidad, inteligencia o gracia. Ya le llegará la hora y entonces también habrá de conocer la felicidad de no preocuparse y amar tan sólo.

Las Verdades del pasado, empero, muchas veces exigieron el desapego de la propia personalidad. Hoy ya no es necesariamente así. Por supuesto, adoptar una verdad le evitará hacer algunas cosas que tal vez antes solía realizar y que algunos espíritus masoquistas incluso disfrutan; tal vez le evitará coincidir con algunas personas que, si son muy susceptibles (o si lo es usted y no disfruta de manera sana con su Verdad) pueden llegar a evadir su compañía. Sin embargo, si es necesario, no se preocupe por incurrir en alguna contradicción, siempre y cuando ésta no sea muy grave. Es posible, pues, adoptar una Verdad religiosa y, sin embargo, declararse hombre o mujer de ciencia; es posible, e incluso en algunos círculos bien visto, decirse “revolucionario de izquierda” y vivir del presupuesto gubernamental. Las verdades de hoy, más cómodas y comprensivas que las del pasado, exigen su creencia y su abdicación a la crítica, pero, sobre todo, le brindan tranquilidad y felicidad.

Por ello y porque lo más importante es que esa Verdad llene de luz nuestras vidas, si es necesario adopte dos o tres Verdades que le den tranquilidad en todo momento. Cuando una no le aproveche, sírvase de la otra a su gusto. Lo importante es saberse salvo y ver en los demás un ejercicio apenas en progreso a la realización. No es obligatorio justificarse: la Verdad de hoy no es celosa y como pasa —como todo en nuestros días— por el ojo público y no por su crítica, basta decirse salvado, y actuar en consecuencia, para estarlo.

Así pues, no vacile: adopte su Verdad; únase a los miles que ya disfrutan una vida libre de dudas y de ese deprimente ejercicio que es el pensar.

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