Adopte
una Verdad
(nunca
antes fue más fácil)
Dejar
de preocuparse por estar en lo correcto o en lo incorrecto —por los fastidiosos
dilemas éticos y morales, por las interminables dudas, discusiones y angustias
ante la realidad— es sencillo. Estar siempre en lo cierto es cosa al alcance de
nuestras manos. No se necesita dinero ni de grandes momentos de reflexión (esto
último es sanamente prescindible). Todo depende de estar dispuestos.
El
primer paso es, como en todo proceso de la psicología pop, la aceptación: darse
cuenta que años de estudio, discusión y diálogo no ha servido para acercarse ni
un milímetro a la felicidad o la sabiduría es signo de madurez. Y de esa
madurez puede surgir tanto el remedio prometido como la reincidencia en esa
pérdida de tiempo que es la reflexión.
Una
vez que se ha dado cuenta que todo ese tiempo leyendo y dialogando no ha servido de nada (y sabemos hoy que lo que no sirve ni cuenta ni vale la pena), basta con renunciar a la
imaginación, la crítica o el análisis. Basta comprender que hay cosas que están más
allá de toda diatriba y que de ellas depende nuestra salvación.
Busque,
pues, en la calle una Verdad a su medida. Hay de muchas formas y tamaños. Las
hay políticas, en su versión de traje, celular y empresariado o vestidas de
popular manera, con loas al pueblo y a la honestidad incluidas. También las hay
religiosas, ya en forma moderna, con cantos hipnóticos y loas hare krishna o en su versión de
occidente, monoteísta tradicional, con oraciones, sabbaths (negros o blancos) o misas de gallo. Hay de todos los gustos: la estética,
que hará que siempre esté con los poetas más chidos; la científica, que lo convencerá hablándole al oído que los
demás son bien pendejos e ignorantes; la atea, con todo y martillo para demoler
estatuas (menos la suya); la familiar, con cambios de pañales y fiestas en
familia. Busque usted la que más le guste y acomode, con chapitas o desgreñada;
con vestido retro o pantalón de mujer moderna y liberada.
Una
vez ubicada su Verdad, adóptela con todo su ser. Límpiele los cachetes y
arréglele la ropita. Si es necesario, hágale los cambios para acercarla a su
estilo de vida. No se preocupe; las verdades son más fuertes de lo que parece y
una que otra contradicción no le hará nada siempre que le respete su espacio y
la adopte para protegerse de todo mal.
Muéstrela
y presúmala de todas las maneras posibles. Cuente a sus amistades cómo
descubrió su Verdad entre tantas otras que quisieron engañarlo; recuerde que es
suya; que ahora le pertenece a usted y usted a ella. Cuente la historia de su
relación: cómo su vida fue una ruina hasta antes de conocerla y adoptarla. Haga
de su anécdota una poesía épica; préciese de ella y sáquele fotos. Hoy, con las
redes sociales esta labor es más eficaz, evangélica y divertida que nunca.
No
olvide que su relación con la Verdad no es de esas vulgares y exclusivas como
la del amor. La Verdad se hace más bonita cuando la puede compartir con otros.
Si consigue entre sus conocidos quien pueda adoptar también aquello que usted
ha descubierto, pronto pasará horas de su vida en exaltada paz y esperanza.
Podrá hacer reuniones en museos, mítines, iglesias o manifestaciones
callejeras. Todo es válido para celebrar su alegría y mostrar al mundo que ha
descubierto cómo alcanzar la plenitud. No se preocupe por aquellos que no
comparten su devoción. Pronto descubrirá que conocerlos, lejos de cuestionar su
Verdad, la afirman.
De
la misma manera en que la Verdad que se comparte es más bonita; cuando esa
Verdad encuentra entre la multitud a alguien que se atreva a confrontarla,
resplandece con brillo propio. No se trata, por supuesto de volver a entrar al
viejo juego fallido de la argumentación y la discusión, sino de salir en
defensa de nuestra verdad con gritos e insultos si es necesario y si así lo
indica nuestra pasión del momento. Nada más reconfortante que mirar por encima
del hombro a quien no comparta nuestra felicidad. Esa persona es digna de
nuestra lástima pues todavía no ha descubierto la Verdad que lo liberará de la
duda. No ha encontrado una certeza que guíe su pensamiento.
No
se preocupe de elaborar argumentos: las verdades vienen con un catálogo propio
de encantadoras tautologías que nos sacan de cualquier apuro no sólo con bien,
sino reafirmados en nuestras certezas. A las Verdades no es necesario
defenderlas: una vez que las hemos encontrado, basta con recordar lo que son:
la Verdad. Aquello que nos ha salvado de la duda y que no admite réplica.
Cuando
alguien sea tan necio como para continuar importunando su creencia, no se preocupe;
es sólo que todavía es incapaz de ver con claridad. Según sus convicciones,
puede estar seguro que le falta sensibilidad, inteligencia o gracia. Ya le
llegará la hora y entonces también habrá de conocer la felicidad de no
preocuparse y amar tan sólo.
Las
Verdades del pasado, empero, muchas veces exigieron el desapego de la propia
personalidad. Hoy ya no es necesariamente así. Por supuesto, adoptar una verdad
le evitará hacer algunas cosas que tal vez antes solía realizar y que algunos
espíritus masoquistas incluso disfrutan; tal vez le evitará coincidir con
algunas personas que, si son muy susceptibles (o si lo es usted y no disfruta
de manera sana con su Verdad) pueden llegar a evadir su compañía. Sin embargo,
si es necesario, no se preocupe por incurrir en alguna contradicción, siempre y
cuando ésta no sea muy grave. Es posible, pues, adoptar una Verdad religiosa y,
sin embargo, declararse hombre o mujer de ciencia; es posible, e incluso en
algunos círculos bien visto, decirse “revolucionario de izquierda” y vivir del
presupuesto gubernamental. Las verdades de hoy, más cómodas y comprensivas que
las del pasado, exigen su creencia y su abdicación a la crítica, pero, sobre
todo, le brindan tranquilidad y felicidad.
Por
ello y porque lo más importante es que esa Verdad llene de luz nuestras
vidas, si es necesario adopte dos o tres Verdades que le den tranquilidad en
todo momento. Cuando una no le aproveche, sírvase de la otra a su gusto. Lo importante
es saberse salvo y ver en los demás un ejercicio apenas en progreso a la
realización. No es obligatorio justificarse: la Verdad de hoy no es celosa y
como pasa —como todo en nuestros días— por el ojo público y no por su crítica, basta
decirse salvado, y actuar en consecuencia, para estarlo.
Así
pues, no vacile: adopte su Verdad; únase a los miles que ya disfrutan una vida
libre de dudas y de ese deprimente ejercicio que es el pensar.