Octavio
Paz, nuestro contemporáneo
César Alain Cajero Sánchez
¿Cuáles
son las características que hacen que un autor sea aceptado por sus
contemporáneos? Yo diría que en México, en primer lugar, se espera que se
mantenga en un nivel de subordinación ante las ideas de los demás. Que sus
ideas y palabras no estén en contra de la opinión general de sus colegas
artistas o pensadores. La disensión es aceptable, pero sólo bajo ciertas reglas
y disfraces: mientras más epidérmica sea una rebelión más aplaudida será en el
mundo actual y en nuestro país. Es un asunto de acomodo con las clases no sólo
intelectuales (universitarias o no), sino con las reglas no escritas dentro de
la esfera política y, cada vez más, con el mercado.
En
la modernidad, además de la obra, la figura pública de un escritor, las
simpatías o antipatías que ella despierta por sus opiniones políticas (en el
siglo XX) o por su imagen social (en las últimas décadas) resulta importante
para que los lectores se acerquen o no a sus textos. Nuestros contemporáneos
pueden cobijar o desestimar a un autor basándose menos en su obra que en la
imagen que de él se forman.
Sin
embargo, mientras la obra de un autor no se haya convertido en un monumento —ya
por su calidad, ya por la distancia con el autor— o se encuentre olvidada en la
paz de los sepulcros —por su falta de interés o por los vaivenes de la fama
editorial— puede medirse su validez y vitalidad por los malestares que provoca
en los lectores bienpensantes (de una tendencia u otra).
De
todos los escritores mexicanos, de quienes menos se habla es de los poetas. Es
natural: nadie lee poesía. Por otra parte, hasta mediados del pasado siglo, la
mayoría de ellos se mantuvieron alejados de la política o en un oscuro lugar de
servidor público[1].
En la primera mitad del siglo sólo Jorge Cuesta se atrevió a analizar y
criticar la esfera pública. Ello le valió décadas de ostracismo que, en un
momento dado, se convirtieron en su contrario: una admiración súbita de
personas que, sin embargo, siguen sin leer en verdad su obra.
Ni
Sabines ni Pacheco; ni Lizalde ni Aridjis, a pesar de que algunos de ellos
manifestaron ideas políticas, provocan polémica en ese sentido. Asimismo, muy
pocos dejarían del lado la obra de Sabines por haber militado en el PRI o
juzgarían la obra de Aridjis basándose en su (loable) trabajo como activista
ambiental.
De
esta manera, no he podido sino sorprenderme toda la vida por el nivel de
polémica (y más: ojeriza) que se le tiene a uno de los más importantes poetas
mexicanos: Octavio Paz.
Es
verdad que la obra de Paz, tanto poética como ensayística, me ha acompañado
desde que lo descubrí al salir de la secundaria. También es cierto que a pesar
de mi admiración por gran parte de su poesía, hay aspectos de algunos de sus
libros que no terminan de gustarme[2].
Gran parte de su ensayística, de la misma forma, está entre mis libros de
cabecera desde que por la misma época, ebrio de poesía y anhelos, leí El arco y la lira. Ello no obsta para
reconocer sus errores políticos (la mayoría de los cuales aceptó) ni ciertas
manías en su trato diario y frente a otros miembros de la comunidad
intelectual.
Así
y todo, no puede dejar de sorprenderme que más de 15 años después de su muerte
sea tan difícil una lectura de su obra que no levante discusiones. Tan sólo en
el último año se vieron polémicas a su alrededor debidas, por un lado, a su cesación
de labores (digámosle así para quedar bien con tirios y troyanos) debida al 2
de octubre; y, por otro lado, debido a los festejos alrededor del próximo
centenario de Elena Garro.
A
diferencia de otros autores, las diatribas contra Octavio Paz no llegan de un
sólo lugar ni se quedan en un aspecto de su obra. El estar en contra de su
figura o de sus opiniones políticas basta para condenar toda su obra. Es común
escuchar cómo después de que se ha hablado de su relación con algún escritor
con el que no se llevaba muy bien (o si se llevaba bien incluso; como con
Revueltas o Huerta) se pasa a decir que su poesía no vale nada. También es
normal decir que sus ideas carecen de toda validez porque en alguna ocasión aprobó la política de tal o cual personaje.
Por
un lado, el lector de a pie se resiste a leerlo. La figura de Paz ha sido rodeada
de respeto y solemnidad. Se le juzga un autor “difícil” y abstruso. Juicio
curioso si consideramos que autores de otros países lo admiran precisamente por
su claridad y sencillez de exposición. Es verdad: su prosa ensayística no usa
neologismos ni se remite a fórmulas académicas tan socorridas en el siglo XX.
El ritmo de sus ensayos fluye naturalmente y, a pesar de tocar temas muchas
veces novedosos y en otras poco socorridos fuera de los ámbitos filosóficos,
sociológicos o literarios, es posible leerlo con gusto y no pocas veces con
emoción. El arco y la lira es uno de
los libros que más impresión provoca a los incipientes escritores tanto como La llama doble puede llegar a hacer
conmoverse al más cínico.
De
la misma manera, su obra poética, a pesar de tener momentos realmente difíciles
(y a mi gusto, poco afortunados) alcanza momentos de claridad y belleza poco
usuales en la poesía de nuestro idioma. “Piedra de sol” es un monumento de
nuestra lengua frente al cual no desmerecen poemas de otros libros del autor,
quizá no monumentales y definitivamente menos conocidos, pero dueños de una
belleza terrible. Recuerdo ahora ese hermoso fragmento de “Pasado en claro”
donde habla sobre su padre:
“Del vómito a la sed,
atado al potro del
alcohol,
mi padre iba y venía
entre las llamas,
por los rieles y
durmientes
de una estación de
moscas y polvo,
una tarde juntamos
sus pedazos,
yo nunca pude hablar
con él
lo encuentro ahora en
sueños,
esa borrosa patria de
los muertos,
hablamos siempre de
otras cosas.”
No
hay en estos versos la cacareada “dificultad” u “oscuridad” que muchos le
imputan. Tampoco veo en ella (todo lo contrario) falta de emoción. Es
verdad: se trata —en esta parte de la poesía de Paz— de un estilo desnudo; más
en común con la poesía del extremo oriente, pero la sensación se muestra y, lo
que es más importante, se revive de manera cumplida.
Me
parece que en esta actitud ante Paz se esconde un rencor contra la imagen que
años de educación han legado a los estudiantes mexicanos. El laberinto de la soledad, que en su momento fue uno de los
ensayos más osados y propositivos del pensamiento mexicano (junto a Postdata, su continuación) en gran parte
ha perdido su poder de polémica al ser convertido en un libro de texto que se
da a leer a los estudiantes sin apenas más preparación que la presentación de
Octavio Paz como una figura importante del
pasado. La conversión de Paz en estatua y la petrificación de su pensamiento en
esos niveles han impedido el diálogo y lo han convertido en piedra de toque a
la cual se le rinde veneración pública, pero desdén en privado. Así, para estos
lectores, repasar sus páginas no implica una conversación con su pensamiento,
sino el acatamiento aterrado de un rito (cuando no un suplicio,
como todo aquello que se hace por obligación). De esta manera, pasan de una
lectura rápida y aterrorizada a una indiferencia o animadversión ya no sólo a
la obra ensayística de Paz, sino también a su poesía, que identifican con la
solemnidad de una estatua de parque donde se cagan las palomas y duermen los viejitos.
Paradójicamente,
los lectores universitarios, y entre éstos, los académicos con mayor
recurrencia, lo desprecian por razones contrarias. No han sido pocas las veces
en que hemos oído desestimaciones a sus ideas por su “falta de rigor”, que en
estas esferas se confunde con la proliferación de citas y con un vocabulario
que puede optar tanto por el uso de neologismos y una apariencia de discurso
“técnico” como por su contrario, la verborrea con apariencia sibilina que
esconde un discurso pocas veces valioso.
Es
verdad: la ensayística de Paz no recurre al uso de citas. Dentro de sus muchas
páginas, a pesar de las muchas remisiones a obras, ideas y frases de otros
autores, pocas veces encontraremos una cita en el sentido estricto. Esto es
visto dentro de los pasillos de las academias universitarias (“casas de citas”,
decía Paz de ellas) con horror.
No
trato de desestimar la importancia de citar fuentes y de mostrar de dónde han
salido las ideas mostradas en un texto (algo que es cuestión de integridad
intelectual[3]),
sino de señalar lo absurdo que resulta desestimar la validez de una obra
intelectual por proponer un punto de vista nuevo. Todo pensamiento tiene
fuentes, pero a la vez, todo aquél que sea verdaderamente valioso habrá de
proponer una nueva senda. Repudiar un pensamiento por no apoyarse en citas es
tan inadmisible como aplaudir a un plagiario intelectual. Y ambas cosas son
comunes hoy en día.
Por
su parte en el lenguaje que hoy día se aplaude en los ámbitos académicos se
confunde la claridad ensayística con la divagación oscura y dizque creativa que
confunde poesía con palabrería y a ésta con profundidad. “Es profundo porque no
se entiende”, parece ser una de las consignas de cierta parte de la
intelectualidad de nuestros días.
Otra
parte de la Academia aboga por el uso de un lenguaje desnaturalizado, donde
proliferen las fórmulas pseudocientíficas o pseudomatemáticas. Un tipo de escritura
que se pretende semejante a la de los papers
de las ciencias duras. Una muestra más de la desconfianza en el lenguaje por
parte de aquellos que, se supone, lo estudian y otro ejemplo de la desconfianza
de las humanidades frente a las ciencias. Una desconfianza que deriva, por una
parte, en el lenguaje oscuro que anteriormente he aludido y por otro, en la
grosera imitación (que hace pensar en el positivismo) de códigos que no pueden
ser trasladados al estudio humanístico.
La
ensayística de Paz no deriva en ninguna de estas formas de escritura, contra
las cuales se manifestó en varias ocasiones. Esto ha sido respondido por los
autonombrados eruditos con desdén a su obra debido a lo que llaman “falta de
seriedad”.
Así,
el lector de pie no se acerca a Paz por considerar su prosa “académica” y los
lectores instruidos en la Academia la mayor parte de las veces lo descartan por
su falta de “fundamentos serios”. Su poesía, sin embargo, se la llevan entre
las patas estos caballos.
Ahora
podemos llegar a la parte final, aquella que creo es la fundamental para
entender el mal nombre de Octavio Paz entre los lectores de este país. Y es que
su obra sigue causando problemas, que su figura es demasiado incómoda para
aquellos lectores que están convencidos de haber descubierto la verdad en una
secta, partido o ideología (que es decir, casi todos).
Aunque
el mismo Paz tuvo en su vida convicciones políticas apasionadas y, sobre todo,
ideas de mundo (el amor y la poesía, las más notables), mantuvo con aquellas
ideas que consideraba valiosas y cercanas a él, un diálogo polémico. Desde la
tradición socialista (lo que lleva a aquellos llamados “de izquierda” a
catalogarlo como un autor de “derecha”), hasta aquellos que reclaman continuidad
en la política y la estética “latinoamericana”, muchos de los cuales lo acusan
de “cosmopolitismo ciego de izquierda”.
Esto
va aunado a la imagen pública de Octavio Paz como el autor mexicano más activo
internacionalmente y a aquel que decidía el destino de un autor dentro de su
país. Su personalidad lo llenó de numerosos enemigos dentro de México y todo
aquel que no conseguía ser publicado o tenía escasa suerte en el mercado
editorial lo culpaba de su situación. Esta escasa simpatía entre gran parte de
los escritores de las generaciones más recientes va aparejada a la difusión de
una leyenda semejante entre los lectores más jóvenes, quienes lo ven (es
complicado decir que lo leen) como un autor difícil, amargado, crítico y malqueriente. Hoy, en que los "intelectuales" buscan agradar a su nicho de lectores; en que los escritores se cuidan de no entrar a la discusión de los grandes temas, pareciera que alguien como Octavio Paz no tiene lugar.
Sin
embargo, la dificultad y la polémica ante la obra de Paz evidencia algo más: que ella sigue estando viva. El diálogo de su voz
con nuestro mundo sigue siendo válido. Octavio Paz sigue siendo contemporáneo
de nuestro mundo y sus palabras siguen incomodando porque no hemos sido capaces
de trascender sus críticas. No hemos podido separarnos de su figura porque no hemos sido capaces de responder sus cuestionamientos, los cuales continúan incomodándonos. El mundo en el que vivió y en el que pensó Octavio Paz a lo largo de su vida no es el mismo que hoy vivimos, pero su diálogo con él preludia los temas que hoy agonizan entre ciertos grupos intelectuales y preludian otros que hoy sufrimos. La mezquindad ante el medio ambiente, el olvido del presente, el trato del cuerpo como una cifra de cambio... No es ya la ideología la que mueve estos comportamientos sino, como al final de su vida Paz vislumbró, el mercado. Y el presente se ha convertido en un instante de goce efímero: la degradación de los sueños de la poesía moderna.
Octavio
Paz: el autor que más odios, polémicas y disgustos provoca; aquel cuya obra
permanece más viva, de cuya influencia no hemos salido. El autor que sigue
siendo nuestro contemporáneo.
[1]
Digo oscuro por estar lejos de la discusión pública. La labor de algunos de
ellos es encomiable dentro de puestos encumbrados de la administración pública.
En las últimas décadas muchos poetas han seguido engordando los ejércitos de la
burocracia gubernamental (o universitaria), pero desde puestos cada vez más
subordinados. Inclusive autores que se presumieron “revolucionarios” o
“proletarios” tuvieron acomodo en el sistema político; ya en la época del PRI
como partido único o en la partidocracia que vivimos.
[2]
Hace unos meses precisamente escribí un largo ensayo sobre su poesía (desde
aquella que más me gusta, a aquella que considero fallida) que publiqué en
varias partes en este mismo blog.
[3] Y de
la que paradójicamente muchos autores carecen, tanto dentro de las academias
como fuera de ellas. El plagio ya no digamos de ideas, sino de textos
completos, es una triste realidad en la comunidad intelectual. Esto es más
grave y menos perceptible si pensamos que al ampliarse el número de obras
impresas, aumenta también la dificultad de reconocer los plagios.
Afortunadamente, existen herramientas informáticas que permiten descubrir este
tipo de actividades. Sin embargo, muchas veces a la señalación de estas
prácticas sigue el ostracismo a quien las descubre: se ha roto una regla de la
intelectualidad moderna: el respeto, el guardar las formas de la comunidad (o
hacerlo fuera de las formas sancionadas).