¿Por
qué importa Francia?
Is
this the MPLA
Or is this the UDA
Or is this the IRA
I thought it was the U.K.
Or just another country
Another council tenancy
.
Or is this the UDA
Or is this the IRA
I thought it was the U.K.
Or just another country
Another council tenancy
.
Sex
Pistols, “Anarchy in the UK”
Eran aproximadamente las 8
de la noche del pasado 13 de noviembre cuando, bajo las luces negras y
ambientado con música de Joy division, me preguntaron qué me parecían los
atentados en Francia.
Eran aproximadamente las 8
de la mañana del siguiente día cuando leí el primer cuestionamiento sobre si
los muertos de un país de gente blanca y de primer mundo son más importantes
que los del nuestro. A lo largo de los días la cosa ha variado de ahí a los
muertos de Siria, de Irak, de la India y de cualquier parte del planeta donde
la gente muera por el odio de unos contra otros (que es decir, todos los
lugares poblados). Ah, también hubo algo sobre ponerse o no banderas francesas
en los perfiles. O algo así entendí.
Pero la pregunta es
válida, ¿por qué importa Francia? ¿Es otra muestra del eurocentrismo y de la
valoración de la vida humana a través de criterios racistas y movidos por el
dinero?
Bueno, hay algunas
respuestas posibles. Pero no, no se trata de que los muertos de un lugar valgan
(quiera decir lo que quiera esta palabra en este contexto) más que los
nuestros. O que los cristianos sufran más que los musulmanes (o los hindúes, o los
budistas, o los ateos). Mentira es que a aquellos no se les tome en cuenta. Si
mal no recuerdo —aunque en este mundo de lo inmediato, la memoria no está bien
valuada—, hace unos meses, la fotografía de un niño kurdo se volvió “viral”
(término que, confieso, me es muy desagradable) en la “red” (ídem). Por entonces leí muchos
reportajes y opiniones no sólo en torno a la situación en Siria, sino
anteriormente, en Libia, en Irak; en Ayotzinapa, en Tlatlaya; en Oregon y así
le puedo seguir. Aunque, en efecto, ninguno de estos casos llevó a que la gente se
pusiera filtros en su foto (o bueno, algo así, sí sucedió, pero pues quién se
acuerda ya).
Y si no mal recuerdo, en enero cuando medio mundo era o no era Charlie, también pasó algo semejante entre que si debemos o no condolernos por los muertos de otro lugar del mundo.
Bueno, pero esto no es una
arqueología de un mundo donde lo que no pasa en los últimos 10 días es noticia
antigua, sino un simple ensayo donde me pregunto, ¿importa en verdad Francia?
Pues bien, empezaré
declarando que, por mi parte, los muertos de un lugar del mundo no valen más
que los de otra. Esto, por supuesto, no todos lo compartirán, toda vez que
aquellos a quienes les matan a un ser
querido o quienes tienen que enfrentarse al horror
de forma directa claro que hacen diferencias.
Y cómo hemos de entender,
pues, la atención puesta en los actos de terror de Francia.
Un asunto sería la forma
misma de los ataques. No se trató de víctimas de guerra ni de enfrentamientos
directos. El discurso terrorista es ese: lograr un clima de miedo y de alarma a
través de maniobras espectaculares y militarmente poco arriesgadas. El
terrorismo es un espectáculo teatral atroz. Y sabe que sus acciones provocarán
una respuesta aparatosa por aquel cuerpo social al que ataca. Ello no importa
pues la capacidad bélica del grupo terrorista es ínfima ante un ejército
convencional. Ínfima, pero por ello mismo, de una flexibilidad que la convierte
casi en invisible para quienes buscan ubicarla.
El terrorismo busca,
además, que sus acciones se ubiquen en un lugar donde el enemigo no espere el
ataque. Ahí donde, por lo mismo, el terror es más efectivo. En mitad de una
zona de guerra, la muerte, con todo lo descarnada que es, se espera como algo
inevitable. No en un concierto de música; no en el café donde vas a descansar.
La violencia que rompe con la cotidianidad siempre provocará un impacto mayor en el
ciudadano.
No es que los muertos de
la Revolución mexicana valiesen menos que los del 68, sino que las condiciones
no eran las mismas y la forma en que ha permanecido en la conciencia pública
es distinta (a pesar de que no hay ni comparación en el número de víctimas).
El número de víctimas y
los múltiples puntos de ataque son otro factor que ha convertido esta en una de
las más grandes conmociones en Occidente desde, por lo menos, los ataques a Charlie Hebdo. Al hacer varios ataques
simultáneos, se propagó la sensación de que ningún lugar está totalmente
seguro; el número de víctimas y la naturaleza de éstas (no se trató de
personajes públicos, como en los ataques de enero, ni hubo en ese sentido más
interés que sembrar terror en la población).
Y ya que mencionamos Charlie Hebdo, hay algo que hermana
ambos atentados: la idea de los terroristas fue hacer una declaración; un
teatro público y político. No fue casual el ataque a Francia, cuna del
pensamiento del Siglo de las luces, con su discurso liberal y laico. No se
trató, como ningún acto de terrorismo, de destruir la infraestructura militar
de un país enemigo; tampoco de disuadir de la guerra, sino de incitarla: todo
acto de este tipo es una declaración: estos son los signos de lo que no
aceptamos. Las acciones militares tienen una idea distinta y así son
recibidos.
No es que los muertos en
Francia valgan más que los de Guerrero: es que la pretensión misma de estos
asesinatos fue el dar un mensaje abierto. No a un grupo de personas; no a un
gobierno; a una civilización (con la que podemos estar o no de acuerdo y a la que muchas veces he criticado):
aquella nacida con el Siglo de las luces.
Por supuesto que ha habido
crímenes en tierras islámicas por parte de las potencias occidentales, esto
explica, pero no justifica el asesinato teatral que implica un acto terrorista.
Y el objetivo queda cumplido: el terror se apodera de las sociedades atacadas.
Importa Francia por el
impacto que tendrán estos actos en la forma de pensar del ciudadano francés;
del europeo y del occidente todo. Si en Francia la libertad de opinión y
religión se ha mantenido de forma más o menos firme; con esto se fortalecerá la
opinión de esa —hasta ahora— minoría racista y criptofascista de LePen y sus
aliados. Este giro aparentemente irónico a las acciones de EI no lo es tanto.
La escalada de violencia en la zona de guerra no acabará directamente con las
células del EI, sino que mucha de aquella población islámica que se había
mantenido al margen las fortalecerá. En la lógica terrorista, los ataques del
enemigo no sólo son una reafirmación de su odio, sino que aumentan la tensión.
La búsqueda de la división es uno de sus objetivos.
No es una guerra de los “buenos”
franceses contra los “malos” musulmanes; ni siquiera de los “buenos” del
califato” contra los “malos” de Occidente. No es de hecho una guerra, sino la
búsqueda de dicotomías simples, de consumo inmediato. La creación de bandos: de
un “ellos” que se enfrenta a “nosotros”. Las etiquetas morales se ponen según
de qué lado estemos. Y qué querría más EI sino que todos los musulmanes fueran
vistos como terroristas por los occidentales, como que todos los occidentales
fuesen vistos como el enemigo por aquellos a quienes dicen representar.
Importa Francia porque es
en potencia el lugar donde se puede formar la división amada por quienes creen
tener en sus manos la verdad. Por la derecha occidental y los fundamentalistas
islámicos. Y de esos dos, la verdad ni a cuál irle.
Importa Francia porque no
se trata de acciones contra un gobierno o contra un grupo de personas. Importa
porque lo que pretenden los involucrados es lograr un clima de odio. No es el
IRA contra Inglaterra a la que otros países eran ajenos; no son los carniceros
del ETA buscando una nación propia a costa de las vidas de ciudadanos españoles
y franceses. Es la búsqueda, por una parte, de la unión del “blanco europeo y
occidental” (una cultura, que, ay, es también la nuestra) que busca la extrema
derecha y por otra, la unión, de la cultura revelada
y verdadera (de la que también
tenemos raíces, a través de España) que pretenden los fundamentalistas. Dos
fundamentalismos que pretenden dividir al mundo en buenos y malos.
Y en nuestro caso, como
seres humanos, a ver entre las patas de qué caballo nos llevan. Just another
country.
Yo no me pongo banderas,
pero tampoco juzgo a quienes lo hacen. Sólo pediría crítica: no sólo, con justa razón, a los terroristas, sino a todos aquellos
que en nombre de la verdad, pretenden
imponer su opinión a punta de terror y balazos.
César Alain Cajero
Sánchez