El
día en que la música (pop) murió
No suelo escribir
homenajes de personas que acaban de fallecer. No es que me parezca oportunista
(aunque a veces sí lo es) ni de mal gusto (aunque a veces también lo es).
Simplemente no suelo hacerlo.
Además, nunca fui tan
fanático de Cerati como para dar a conocer datos desconocidos de aquella voz de
Soda stereo.
Me gusta Soda stereo,
pero la verdad sea dicha, no me parece que sea tan influyente como muchos han
dicho en las últimas semanas. No fueron ellos, sino Miguel Ríos (recordable,
aunque bien aséptico a veces) el que inició las giras de concierto en México
que destaparon la enclenque escena independiente que a la postre Televisa
apoyaría… y de ahí lo que todos sabemos.
Mientras en la
península la escena de la Movida española
combinaba el punk con el new wave y de ahí al transexualismo, a Almodovar, Radio
Futura, Alaska, Ana Torroja y otras chicas del montón; la música que nos llegó
del cono sur, en especial de Argentina, era básicamente rock pop.
No nos hagamos
tontos. Soda fue ante todo un grupo de pop. Para ser más exactos: de rock pop.
No es algo malo, no
es para sonrojarse. La palabra “pop” a algunos les suena a sacrilegio, a los
Backstreet boys y a Katy Perry. Pero pop son tanto David Bowie como los Beatles;
tanto los B52’s como Madonna; tanto Blondie como The Cure.
Y es con The Cure que
el pop de Latinoamérica nace con una marca en la frente.
Es de pensarse por
qué una banda tan inglesa y en apariencia tan poco comercial masivamente como
The Cure fue la que influyó de manera más determinante a la música pop rock de
Latinoamérica. ¿Qué le vieron a los pelos parados y las letras mórbidas, aunque
cursilonas, de Robert Smith que no vieron en otro lado? ¿Por qué ese gusto por
los ritmos lentos de una banda que, aunque respetada, nunca fue en el mundo
anglosajón la punta de lanza de ningún movimiento ni estilo?
The Cure era dark,
pero no fue Joy division, aunque esta última era quizá demasiado ríspida y su
leyenda demasiado negra para esos años del despertar de décadas muy duras (y en
muchos países del cono sur, todavía seguían en la pesadilla). The Cure tenía
raíces punk, pero no eran The Clash, aunque en ese tiempo escuchar a The Clash
era poco menos que imposible, aun si ya no eran los chamacos de los setenta y
ya salían en MTV y todo. The Cure eran una gran banda de pop, pero tenían el
camino recorrido y la sabiduría para hacerse de un repertorio, un sonido y una
imagen que los hacía diferentes de cualquier banda que en ese entonces sonara
en la radio.
Quizá hoy escuchar a
esta banda no nos parezca revelador. Su sonido melódico, sus letras tristes, sus ritmos lentos y la
voz plácida de las canciones más conocidas de The Cure pueden hacernos olvidar
—nosotros, que ya cursamos la explosión norteamericana del punk con Nirvana; del
metal con Metallica; del garage con The Libertines; del industrial con Nine
inch nails— que en esos años para muchos eran el diablo personificado. Y
alguno, después de decir esto, posiblemente recordará cuando, niño todavía, vio
la cara de Robert Smith en un poster de aquellos lejanos ochenta y sintió
escalofríos de miedo.
Lo cierto es que en
aquellos primeros años de los ochenta, el sonido de The Cure cautivó la
imaginación de no pocos músicos de Latinoamérica. Y en gran parte, fue ese
sonido el que marcó a la música rock que se hizo (y se hace) en nuestros
países.
1982 fue el año en
que nació Soda stereo. Era la Argentina de la dictadura, de la Guerra de las
Malvinas, pero en el grupo lidereado por Zeta Bosio y Gustavo Cerati, esto
apenas se advierte.
Las letras de Soda
stereo no fueron políticas ni aludieron a los problemas sociales de Argentina (como
no las fueron directamente las de ninguno de los grupos populares de Latinoamérica
en los ochenta). El sonido de aquellos primeros años no remite a The Cure, sino
a The Police. Este sonido de reggae y ska se nota claramente en “Cuando pase el
temblor” y en la versión original de “Un misil en mi placard”. Un sonido que
comparten con otras dos bandas algo olvidadas que en aquellos primeros ochenta
ya hacían su parte: Dangerous rhytm y Los Prisioneros.
Sin embargo, las
letras, al igual que las de The Police, no eran tampoco en ese entonces
precisamente frívolas. No era Soda stereo, a pesar de sus pretensiones, un
grupo “punk” (como no lo fueron The Police), pero en sus letras se deja notar
algo más importante quizá que la alusión directa al fenómeno político: la
expresión de un estado de ánimo. “Cuando pase el temblor” es una metáfora feliz
de la dictadura en clave pop y “Un misil en mi placard” se lee como una clave
de aquellas Malvinas como un horror cotidiano en muchas formas, mediatizado.
No es necesario
exagerar tampoco: las letras de Cerati no son la poesía de altura que muchos
quieren ver ahora, colgándole medallas al muertito. Son una recreación
afortunada de la desesperanza de aquella juventud de los ochenta. Una expresión
pop, propiamente. Como pop lo fueron The Police, Depeche mode y The Cure.
Y es que hay que
aclarar algo: a pesar de lo que muchos piensen, el punk no sólo derivó en el
hardcore, el rock gótico y aquello que en los noventa llamaron rock alternativo
(y que hoy no me importa cómo llamen), sino que cubrió el espíritu de
prácticamente todo lo que le siguió. Fue un fenómeno pop si entendemos como pop
aquello que permea la cultura masiva de una época. Y sí, por supuesto, influyó
directamente en la música pop propiamente dicha. Tan es así que ni Culture club ni Duran Duran y ni siquiera Cindy Lauper son entendibles sin aquel
sonido de los años setenta.
Si revisamos las
letras de los grupos de los años ochenta notaremos de inmediato que las letras
de Soda no sobresalen por su calidad, como ahora quieren hacer creer.
Escúchense con atención las canciones de Charly García o los mismos Enanitos
verdes en Argentina para ver que poco le piden a Soda stereo en tanto metáforas
pop de una juventud inconforme.
Y es que en ese
sentido en aquellos años, que hoy parecen tan lejanos, decir rock era decir
música popular (pop) que reflejaba directamente el sentir de los jóvenes. Quien
no lo crea, escuche las canciones de Miguel Bosé o de Mecano, para que vea
hasta dónde llegó el pop con sus “ñoñerías”. Grupos como los dos mencionados,
que fueron en esos años crucificados por cierto sector “roquero” de nuestro
país reflejaron tan bien (a veces, mejor) que grupos de, digamos, metal, la
esencia misma de los ochenta.
Y es que hay mucha
diferencia entre lo que dice “La Puerta de Alcalá” (canción pop donde las haya)
y lo que pregona “Dr. Feelgood” de los “metaleros” de Motley Crue. Paradoja: en
los ochenta, el rock pop (no había otro pop; aunque algunos lo pretendan) ocupó
el lugar que hoy reclaman los grupos “underground”. Y el “rock” popular hizo la
misma mierda intrascendente que hoy hace el pop comercial.
No se malentienda, sé
que durante esos años hubo un metal subterráneo; el hardcore estaba en su auge
y nacía la escena del “college rock” que a la larga derivaría en los Pixies,
R.E.M., Jane’s addiction y con ellos los noventa y la explosión del punk en los
Estados unidos. Lo que señalo es que durante aquellos ochenta, la escena pop
estaba a años luz de lo que el ya bautizado “rock” comercial hacía; que esos
grupos pop fueron los que señalaron el naciente estado de ánimo que ya el punk
había mostrado de forma violenta. Finalmente, que aunque no lo quieran aceptar,
Soda stereo y el 99% de las bandas ochenteras eran y siempre serán pop.
Era el 85 y el sonido
de Soda stereo había cambiado bastante. Son los años que hoy más recordamos de
su sonido: The Cure, los pelos parados; las letras que todavía aluden menos a
problemas sociales (aun si metafóricamente) y más a estados de ánimo. Son los
años en México del despegue de aquella raquítica escena underground de las
Insólitas imágenes de Aurora y de la Maldita vecindad y los hijos del quinto
patio.
Y otra vez es el rock
pop el que refleja la situación de mejor manera. La dictadura en Sudamérica ha
ido en retroceso y los jóvenes se ven en el espejo de un mundo donde la Guerra
fría llega a su fin. De la rabia de aquellos setenta y primeros ochenta se pasa
a un estado de ánimo más subjetivo; una era de la subjetividad y la falta de
horizontes. ¿La que es todavía la nuestra? Tan cercana, sí… Y tan lejana.
En nuestro país (y
quizá de ello se deriva ese desprecio del pop) la situación fue distinta pues
México no vivió nunca una dictadura (ESPACIO PARA DISCREPANCIAS) a la manera de
las sudamericanas (ESPACIO PARA SUSPIRO DE ALIVIO). El rock había desaparecido
de la escena pop desde fines de los setenta y se había enclaustrado en un nicho
específico: la periferia de las grandes ciudades, donde sólo con dificultad se
supo de los grandes cambios musicales que sucedían en otras partes del mundo.
La miseria es atemporal.
En el centro de las
ciudades se formó una escena independiente, pero minúscula (aun si fuerte en su
indigencia: todos se conocían) que no se conectaba con aquel público de la periferia.
En esta situación,
los que aprovecharon de inmediato la apertura y el movimiento en la música pop
de los ochenta fueron los únicos que tenían el poder de convocatoria: los medios,
que en México es decir, Televisa. Y de ahí que para nosotros, pop signifique
las creaciones intrascendentes de los grupos de Televisa. No fue sino hasta
finales de esa década que la escena independiente se abrió paso a los medios.
Así, no es de
extrañar que roqueros veteranos como Alejandro Lora vieran con sospecha a los
recién llegados (y peor a los extranjeros: xenofobia que persiste aún hoy).
Sólo ellos se dieron cuenta que aquello era muy distinto a lo que ellos llevaban
años manteniendo en animación suspendida. Y es que Caifanes, como la Maldita
vecindad y después, Café Tacvba eran rock pop.
Así, discos como Avalancha de éxitos no son sólo una
ironía: son un homenaje a la paradójica evolución del rock en México.
Hoy y desde hace más
de 10 años, el rock no es pop. Sí, puede haber grupos que nos remitan al sonido
pop de los ochenta y noventa. Pero ya no hay esa conexión con el gran público;
ya no hay cultura pop. Musicalmente el rock en español probablemente ha
crecido, pero su impacto en la cultura popular ha ido en decremento.
Esto no es un
fenómeno de México exclusivamente, sino de todo el mundo.
Por ello hablaba del
estado de ánimo; de la era de la subjetividad. Es verdad, esa era no ha hecho
sino empezar. Todo apunta a una era de ampliación de la individualidad, de las
garantías individuales y de sus libertades; asimismo, a una disminución del
espacio público, de las grandes ideologías y de los ritos sociales.
Esto es un arma de
doble filo: la individualización lleva a la atomización del tejido social; así
como los ritos sociales llevaron al fascismo en el siglo XX.
De la misma manera,
las libertades individuales no han llevado a un mayor interés por los problemas
sociales, sino a una búsqueda del confort privado. En una era así, la
pervivencia de lo que desde los sesenta significó el rock en el imaginario
popular es improbable (las celebraciones masivas; la actitud de confrontación
ante la sociedad).
La gran revolución de
la música a nivel mundial lo dirige el hip-hop comercial (que no es todo el
hip-hop que hay, lo sé), con su obsesión con los símbolos de status. A nivel
nacional, la música de fusión norteña (llámese hoy banda, tribal o como sea) ha
ocupado espacios que antes le eran insólitos. Su discurso debió mutar para ello
de la denuncia social (corridos) y de la lírica de, digamos, José Alfredo
Jiménez, a uno donde se ensalza a héroes hedonistas, narcos ricos y papichulos (¿ven
cómo si aprendo de la RAE?) despreocupados de todo lo que les rodea.
¿Qué no es el
discurso de todos? Sin duda. Pero es el discurso predominante en la mente de la
juventud. Esos son sus héroes hoy y no Gandhi ni el Ché Guevara.
En un contexto así,
lo que representó la muerte de Cerati no fue el fin de un gran grupo ni de un
gran músico (no lo fue; o no más que otros muchos), sino la muerte de la música
(rock) pop en Latinoamérica. Soda stereo ni fue el único grupo en crear esa escena
ni tal escena fue excepcional en el mundo de la música (¿cómo si Soda abrevó de
The Police y de The Cure?) ni el rock en español fue una “voz latinoaméricana”
contra el dominio del “imperio anglosajón” como dicen algunos que hacen de la
demagogia su modus vivendi.
Representaron a una juventud que, mucho me temo, ya no existe. Y la muerte de
Cerati es sólo la coda de su funeral.
César Alain Cajero Sánchez